Existen
dos formas diferentes de analizar esta película.
La
primera, y más importante, es analizándola como lo que es, un producto Disney, una
historia entrañable, tierna y simpática basada en los esfuerzos de Walt Disney
para conseguir que la escritora Pamela Travers le ceda los derechos de su obra
más personal: Mary Poppins, de la que
el mandatario de la multinacional de las orejas lleva veinte años enamorado.
Así, la película discurre por un lado entre las negociaciones con la autora, la
confección del guion a ocho manos (la propia Travers interviene de forma determinante
en la escritura del mismo junto al guionista Don DaGradi y los autores
musicales Robert y Richard Sherman) y el esperado estreno, mientras que por
otro lado conoceremos los orígenes de la popular niñera mediante un recorrido
por la infancia de Travers y su relación con su admirado padre, un hombre
fantasioso y soñador pero con preocupantes problemas que arrastrarán a toda su
familia).
Así,
podríamos pensar que es una película en la línea de Mi semana con Marilyn o Hitchcock,
que no eran realmente biopics de los dos artistas, sino crónicas del rodaje de El Príncipe y la Corista y Psicosis respectivamente, pero yo la
acercaría más bien a la deliciosa (y finalmente trágica) Descubriendo nunca jamás, la historia de como James Barrie consigue
estrenar la obra teatral basada en su célebre Peter Pan (otro personaje que, curiosamente, ha logrado pasar parte
del imaginario infantil gracias a Disney). Como aquella, Al encuentro de Mr. Banks no es tanto un estudio del mundo de
Hollywood (el célebre concepto de cine dentro de cine) como un análisis de lo
que pasa por la cabeza de la excéntrica y gruñona escritora, por lo que aquí
importa es más la parte literaria de Mary
Poppins que no la parte cinematográfica.
Con
esta base, la historia está repleta de toques de humor, sensibilidad y algo de
dramatismo (este es el mundo real, aquí no hay magia que valga), que funciona
perfectamente gracias a una brillante dirección a manos de John Lee Hancock,
que filma de manera muy clásica y tradicional, y consiguiendo equilibrar a la perfección
las dos historias paralelas. Pero de nada nos valdría todo esto si no fuese por
el gran nivel de sus intérpretes, con un Tom Hanks muy convincentemente
transformado en Walt Disney, con Colin Farrell demostrando una vez más que
brilla mejor como secundario que cuando debe llevar el peso de la película (por
cierto, un inciso: ¿por qué es tan ninguneado tanto en los títulos de crédito
como en algunos de los carteles del film cuando su presencia en pantalla es tan
grande –si no más- que la del propio Hanks y quizá más relevante), y
secundarios brillantes como Bradley Whitford, Jason Schwartzman, B.J. Novak o
Paul Giamatti.
Mención especial merece Emma
Thompson, posiblemente la opción más lógica para interpretar este personaje si
tenemos en cuenta sus dos recientes experiencias como guionista con La niñera mágica y La niñera mágica y el Big Bang, en las que interpreta a una niñera
claramente inspirada en Mary Poppins.
Thompson está brutalmente genial, recreando en las poco más de dos horas de
metraje todos los registros posibles en un actor, mimetizándose perfectamente
en la estirada escritora de portes británicos, consiguiendo traspasar su
antipatía cuando es preciso pero provocando también nuestra simpatía a su
antojo. Es incomprensible como puede haber quedado fuera de la terma de los
Oscars, pues pocas interpretaciones pueden tener la fuerza de la Thompson a
excepción, probablemente, de Cate Blanchett, cuyos respectivos personajes
(recuerden la desequilibrada Blue Jasmine)
guardan ciertas similitudes.
La
segunda forma de analizar la película es confrontándola a la realidad que
pretende trasladarnos. Y ahí es donde falla la cosa. Como es natural, no vamos
a exigir una fidelidad fiel a un retrato de Walt Disney producido por los
estudios Walt Disney Productions, ya que se prefiere apostar por las tiranteces
entre Disney y Travers apostando por la comicidad que produce la diferencia de
caracteres y el choque cultural entre la flema británica y el Hollywood más
artificial, pero nada se dice del carácter tiránico del creador de Mickey Mouse
ni de lo mucho que finalmente llegó a odiar Travers la película, cuya excesiva
caracterización como mujer amargada y antipática (por momentos parece la mala de
la peli, en contraposición con el amable y generoso Walt) y el desprecio que
siente ante la pérdida de los valores y la venta de su propia integridad en
favor del dinero americano se debe simplemente a un trauma infantil.
Si
se tratase de una película de corte histórico o de la biografía de una
personalidad clave sin duda me sentiría decepcionado, pero la fidelidad
alcanzada en una historia casi anecdótica que sirve de paso para mostrarnos una
vez más el Hollywood dorado y sus entresijos no me resulta fundamental a la
hora de decantarme por disfrutar de una película entrañable y muy bien hecha
que incita irremediablemente a revisar la Mary
Poppins original apenas llegar a casa.
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