lunes, 13 de marzo de 2017

KONG, LA ISLA CALAVERA: Espectacular y entretenida colección de secuencias vacías.

Lo primero que hay que reconocerle a Kong, la isla Calavera es que es una película Warner, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva. Destinada a compartir universo con la insípida Godzilla de Gareth Edwards, esta nueva recreación del simio gigante (la octava, si no cuento mal) comparte con su némesis japonesa el estilo trascendental y casi epistolar que tanto gusta a la compañía, aunque al menos han sabido rectificar los mayores errores de Edwards (aunque alabados por algunos, hay que ser justos) y primar más la acción y la espectacularidad.
El arranque es casi de manual, con un ritmo endiablado y presentado a los personajes con cuatro pinceladas suficientes como para saber situarlos en su contexto, cosa que me recordó en algo al Escuadrón Suicida. La acción se pone en marcha de forma trepidante, mostrándonos enseguida la imagen del Kong más gigantesco visto hasta ahora en pantalla y homenajeando al film clásico (y a la escena más icónica del personaje) cambiando avionetas por helicópteros. Lamentablemente, a partir de entonces todo empieza a ir cuesta abajo.
Como ya he dicho, la película reúne lo mejor y lo peor de la Warner, teniendo sus últimas producciones superheróicas como referente más claro. Incluso parece como si el director (con poquísima experiencia en cine, por cierto) Jordan Vogt-Roberts quisiera imitar a Zack Snyder y ofrecer un par de horas de puro espectáculo visual prescindiendo totalmente de un guion sobre en que sostenerlo.
Efectivamente, más allá de esa presentación inicial, los protagonistas van deambulando por la película sin propósito alguno, siendo meras caricaturas cuyos buenos actores poco pueden hacer para darles un poco de empaque. La oscarizada Brie Larson se limita a ser la inevitable rubia mona de la peli (aunque el momento sensible de su encuentro con Kong resulta muy descafeinado), Tom Hiddleston basa su papel en poner posturitas molonas, siendo su momento cumbre justamente el de su presentación y Samuel L. Jackson simplemente se reinterpreta a sí mismo, como suele ser habitual en él.
La acción es espectacular, insisto, y eso permite que la película no resulte en ningún momento aburrida. Y hay varios momentos memorables en la cinta, más allá de los homenajes evidentes a títulos como Apocalipsis Now o incluso Depredador, pero eso no basta para evitar sentir que la película no tiene alma, por más que al final haya más lágrimas que en una peli de Bayona. Es, una vez más, el efecto Warner, que aunque aquí mete algún chiste y tiene a John C. Reilly como alivio cómico (algo cargante en algún momento) sigue buscando esa trascendencia que demuestre que esto es mucho más serio y dramático de lo que podría parecer (y lo que podría parecer –y tendría que parecer- es una peli de un mono gigante dándose de leches contra otros bichos gigantes). Todo en la trama es demasiado absurdo e insustancial, empezando por un rastreador que nunca llega a rastrear nada, una misión científica en la isla que no he entendido todavía de que va, un científico (John Goodman) cuya historia con los monstruos es muy ambigua, un poblado indígena totalmente desaprovechado, un monstruo que vomita parte de su comida en el momento y lugar más oportuno  y unos militares demasiado arquetipos.
Los efectos especiales, por supuesto, están a la altura de lo que cabe esperar de una superproducción de estas características, pero la necesidad de desmarcarse de otras películas similares obligan a crear un repertorio de bichejos totalmente novedoso que tampoco me terminan de entusiasmar, en especial esa especie de bicho palo gigantesco o los verdaderos villanos de la película, esos lagartos bípedos de rostro cadavérico que no mejoran en nada a los dinosaurios a los que Kong se enfrentaba en la versión de Peter Jackson.
Si ya comenté que el Godzilla de Emmerich, pese a todo, era superior al de Gareth, lo mismo podría decirse entre el King Kong de Jackson y este. Además, de nuevo la necesidad de convertir al monstruo en el bueno de la película (recuerden los aplausos los habitantes de San Francisco ofrecían al “salvador” Godzilla después de destruir media ciudad) suena a rancio, aunque aquí al menos se deja claro que, aun en defensa de su territorio, Kong mata sin contemplaciones, y aquí está uno de los puntos fuertes de la película, que como en si de un psicokiller se tratase (de nuevo me viene a la mente el Depredador de McTiernan) uno nunca sabe qué protagonistas (quitando a los dos que todo el mundo se imagina) van a sobrevivir y cuáles no, independientemente de la importancia de sus intérpretes. Son estas muertes, de nuevo, algo que desconcierta, pues si bien en ocasiones hay secuencias realmente potentes y violentas (empalamientos, amputaciones…) como si de un homenaje al cine de serie B de hace unas décadas se tratase, por otro lado la ausencia de sangre es casi total, temerosos de ser castigados con una calificación R (cosa que, por cierto, a Logan no aprece estarle yendo nada mal). De nuevo la indefinición Warner.
Eso sí, la banda sonora de la película está genial, aprovechando al máximo el hecho de que la acción esté ambientada justo al terminar la guerra de Vietnam, con lo que ayuda a mantener en ritmo de las escenas y compensa esas carencias narrativas que culminan en un epílogo durante los títulos de crédito definitivamente anticlimáticos (y atención, que hay escena postcréditos que prácticamente nadie ha visto).
En fin, entretenimiento puro y duro y un buen espectáculo visual al que no hay que exigirle mucho si no queremos que todo se venga abajo.

Valoración: Seis sobre diez.

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