El título de la nueva película de Miguel Ángel Vivas, Tu hijo, es toda una declaración de intenciones. A priori, la película puede parecer la típica historia del padre vengador que quiere hacer justicia por el brutal ataque que sufre un miembro de su familia. Incluso es médico, lo cual, sobre el papel, podría acercarlo más a la versión de Bruce Willis de El justiciero, de Eli Roth. No es, sin embargo, un ángel vengador. Muchas de las acciones que desencadena su desesperada búsqueda de respuestas tiene repercusiones tan terribles o más que los hechos que lo desencadenan todo, haciendo que nos planteemos si el papel de este sufrido padre, al cruzar cierta línea, es el de héroe o el de villano.
Es por eso que esta no es la historia de un padre y su hijo, es una pregunta que se hace directamente al espectador. ¿Qué harías si fuese tu hijo? Ese dilema moral, que no pertenece solo al protagonista, es el quid de la película y, junto a la poderosa interpretación de José Coronado, es lo mejor de un film angustiante y ligeramente enfermizo que demuestra que a veces, la búsqueda de la verdad puede traer terribles consecuencias.
Al otro lado de la balanza, al menos para mí, se encuentra el trabajo como realizador de Vivas. Con la intención de hacer un film cercano e intimista toma una serie de riesgos con la cámara que, si bien son elogiables por su intento de rechazar ciertos convencionalismos, no me parecen acertados del todo. O quizá es que encuentro el planteamiento del film suficientemente interesante para poder sentirme a gusto en esos convencionalismos que se llegan a echar de menos. Así, la propuesta visual de Vivas se puede dividir en tres decisiones: Constantes movimientos de Coronado caminando entre pasillos, por la calle, en el coche… con la cámara pegada a su cogote, conversaciones en las que gran parte de lo que aparece en pantalla (en ocasiones incluso todo) aparece desenfocado o difuminado y, finalmente, una tercera parte en la que la cámara actúa de manera más o menos normal y se puede apreciar bien lo que sucede en pantalla. Entiendo que esto se debe al deseo de transmitir al espectador la desorientación que sufre el propio protagonista, ampliando así la identificación entre ambos, pero se corre el peligro de que, ante los pocos estímulos visuales que nos ofrece la película (y teniendo en cuenta de que, al final, no es nuestro hijo el que sufre lo que está pasando en pantalla) terminemos por perder interés en lo que nos quieren contar. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero en este caso la historia es suficientemente atractiva como para no ser necesarias estas piruetas visuales que, ciertamente, dan personalidad a la película, pero quizá no la personalidad adecuada.
Esto la convierte en un film irregular, en el que el trabajo interpretativo se ve en ocasiones torpedeado por el propio director y que haga bajar muchos enteros a lo que podría ser una gran película. Una gran película comercial, al menos. Y es que, a veces, la obsesión por huir de lo comercial (quizá después del pobre regusto que dejó su último film, Inside) no tiene porqué implicar mejorar en la calidad.
Valoración: Seis sobre diez.
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