miércoles, 4 de agosto de 2021

Visto en Netflix: SKY ROJO. T2

Con muy poca diferencia con respecto a la primera temporada ha llegado ya a Netflix la segunda tanda de episodios de Sky Rojo, ocho capítulos de apenas veinte minutos que se ven casi del tirón.

Aunque el final es ligeramente abierto como para pensar en una continuación, no hay confirmación por parte de Netflix de que la serie vaya a continuar más allá de esta segunda emporada, lo que por mi parte me parece bien. No tenemos, al menos, un gran cliffhanger y el cierre me parece suficientemente satisfactorio.

A diferencia de la primera temporada, que fue de más a menos, en esta ocasión la situación es completamente al revés, y tras un inicio algo titubeante y repetitivo, la acción se desmadra hasta terminar por todo lo alto.

El principal problema de la serie es que no se toma nunca en serio a sí misma, con lo que los saltos de fe que hay quien hacer para tragar con ella son, en ocasiones, excesivos. Y es que es todo tan exagerado, tan excesivo, que en ocasiones se roza el ridículo. Personajes tiroteados, medio desangrados, lanzados de espaldas contra rocas afiladas… Ningún golpe ni herida parece durar más de diez minutos, y esa tendencia a la exageración invita a desconectar en cierto momento de la trama. Casi no importa lo que le suceda a los protagonistas, pues uno sabe que, de una manera u otra saldrán con vida del envite, así que solo queda disfrutar de la burrada de turno. Incluso los diálogos se apuntan a esa sensación de ridiculez, como el momento en que, refiriéndose a un personaje literalmente agónico, ordenan darle un café para que se despeje.

Es una de esas series que uno ve bajo el calificativo de «placer culpable», una serie tremendamente divertida que se permite ocultar que, en el fondo, es mala de narices. Misoginia total, personajes desagradables (empezando por una protagonista a la que le deseo lo peor desde el primer minuto), situaciones absurdas y rizos de guion imposibles. Y aun así, me funciona.

Otra cosa es que nos la queramos tomar un poco en serio y, bajo esa fachada de empoderamiento en la que todos los protagonistas masculinos son totalmente deleznables se encuentra una oda a la sexualización de la mujer. ¿O acaso las actrices desconocidas que aparecen sufriendo vejaciones en pantalla no son pedazos de carne que cobran por mostrarlo, precisamente lo mismo que se supone se pretende criticar?

En fin, que más cachondeo, más burradas y más descontrol bajo luces de neón, carreteras polvorientas y canciones de postureo. Un buen aperitivo de Álex Pina mientras esperamos lo que de verdad nos interesa, que es la temporada final de La casa de papel, que al menos se atreve a romper la dinámica en su final llegando a un punto de no retorno que obliga a que una posible continuación sea obligatoriamente diferente.

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