Otra vuelta de tuerca es una de esas películas que se situaron (para bien o para mal) en el pistoletazo de salida de la reapertura de los cines tras el confinamiento por la pandemia. Eso, irremediablemente, provocó que fuese un estreno casi invisible, y es ahora, tras su paso a Amazon, cuando puedo hablar sobre ella.
Inspirada
en el relato largo (o novela corta, según el gusto de cada cual) de Henry
James, resulta difícil no caer en la comparación entre la película y la magnífica
serie de La maldición de Bly Manor
que también tenía la obra como referente, si bien en el caso de Mike Flanagan
se adaptan diversos títulos diferentes de James, siendo más un homenaje que una
adaptación. La directora Floria Sigismondi se centra solo en Otra vuelta de tuerca, consiguiendo una
historia más comedida, pequeña e intimista, sin la riqueza de personajes de la
serie de Netflix.
En
la película, todo gira alrededor de tres principales personajes, la nueva
profesora y los dos niños, haciendo que el peso de toda la función recaiga en
sus tres protagonistas, todas caras bien reconocibles pero que quizá no tengan
la suficiente fuerza para soportar el envite. Mackenzie Davis ya había
fracasado en su intento de colaborar en el relanzamiento de Terminator, Brooklynn Prince mantiene el
encanto mostrado en The Florida Project
pero no tiene un libreto igual de potente para poderlo lucir, y Finn Wolfhard
trata, sin demasiado acierto, de desmarcarse de sus personajes en Stranger Things e It y su secuela.
Otra
vuelta de tuerca funciona bastante bien como drama victoriano alrededor de la
destrucción psicológica de una mujer, pero su ritmo lento y, por momentos,
estancados, la hacen coquetear peligrosamente con el aburrimiento en varios
momentos. No soy muy seguidor del exceso fantasmal de productos de la escuela
de los Warren, pero ciertamente se echa en falta algún que otro susto más
potente que nos recuerde que esto es, en el fondo, una historia de fantasmas.
Por
otro lado, Sigismondi juega la carta de la doble lectura hasta unos extremos
tales que el final, si bien puede ser más o menos interpretado tras una
revisión profunda, no evita que quede un mal sabor de boca tras los títulos de
crédito. Personalmente, soy de los que opinan que un film que te obligue a
pensar es siempre algo positivo, y que no hay que poner las cosas demasiado
fáciles al espectador, pero no es menos cierto que un final demasiado abierto
puede acercarse demasiado a la tomadura de pelo. Que se lo digan, si no, a los
detractores de Nolan.
Al
final, con lo que me quedo es con una
historia que me aburre por momentos y cuya conclusión no me emocionó en
absoluto, más cuando el referente cercano de Flanagan sirve, además, de spoiler
de algunas situaciones, mientras que las que difieren se me antojan peor
resueltas en la película. No puedo, por ello, aplaudir una película que, me
temo, la mayor alegría que me ha dado es la de no haber ido a verla al cine.
Eso que me he ahorrado.
Valoración:
Tres sobre diez.
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