sábado, 17 de julio de 2021

Cine: EXPEDIENTE WARREN: OBLIGADO POR EL DEMONIO

Cuando las taquillas parecen que no terminan de arrancar del todo hay una apuesta que siempre es segura: el cine de terror. A lo largo de sus ocho películas (las tres de la saga The Conjuring, otras tres de Annabelle, La Monja y La llorona), cada una se ha saldado como un éxito comercial, más a tenor de que sus presupuestos nunca son demasiado elevados, pese a que la calidad de las mismas es más que discutible.

Normalmente habría que diferenciar entre las películas principales, las protagonizadas por los Warren y con dirección de James Wan, pero la cosa se volvió más difusa cuando primero el matrimonio de investigadores se deja ver por la tercera de Annabelle y segundo, James Wan se apeó de la silla de dirección para esta última película, Expediente Warren: Obligado por el demonio, entretenido en otras cosas del tipo Aquaman.

Otra diferencia básica entre la trama central y los spin off es que se supone (y permitidme resaltar el «se supone») que las películas de Expediente Warren están inspiradas en hechos reales, cosa que en esta tercera entrega se estira hasta límites ridículos.

La película cuenta como un demonio posee a un niño, hecho que provoca la intervención de los Warren, que son testigos de cómo el demonio pasa del cuerpo del niño al del novio de su hermana, que terminará asesinando a su casero. A partir de aquí, los Warren iniciarán una investigación para demostrar que el chico no es el responsable del asesinato, sino que todo es debido a una posesión satánica, y cierto es que en la realidad hubo un juicio en el que la defensa alegó posesión para tratar de demostrar la inocencia del joven asesino. Hasta ahí las semejanzas con la realidad. Nada explica la película de los intentos de los Warren de lucrarse del asunto ni de la denuncia del niño supuestamente poseído inicialmente (al que le diagnosticaron una enfermedad mental) contra el matrimonio por aprovecharse de su minusvalía.

Dejando de lado este detalle, en el aspecto cinematográfico es evidente que el cambio de James Wan por Michael Chaves (autor de la flojita La Llorona) hace un flaco favor a la franquicia. Bien es cierto que, tras un arranque donde Chaves parece querer imitar en todo lo posible a Wan, la película se distancia bastante del resto de la saga, convirtiéndose casi en una película de detectives que otra cosa. Eso es bueno hasta cierto punto, ya que permite eludir la simple repetición, pero otra cosa es que esté bien hecho. Al final, lo que consiguen es que ni la parte de terror dé el miedo necesario (hay menos jump scares de lo habitual, pero todos telegrafiados desde mucho antes de que sucedan) ni la parte detectivesca resulte suficientemente satisfactoria, aproximándose casi a un episodio algo macabro de un procedimental al uso.

Como siempre, la película tendrá sus adeptos y volverá a romper las taquillas, pero está claro que cada vez en más difícil hacer el encaje de bolillos necesario para colar esto como una historia real, y ya va siendo hora, al  menos como ejercicio de justicia poética, de que alguien se decida a hacer una película sobre la realidad detrás de los Warren.

 

Valoración: Cuatro sobre diez.

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