domingo, 18 de julio de 2021

Visto en Netflix: SER PADRE

Kevin Hart no es, ni de lejos, uno de mis actores de comedia preferidos. Lo puedo soportar cuando está más o menos controlado, caso de Jumanji y su secuela, pero lo llegué a aborrecer cuando le dan rienda suelta, como en Infiltrados en Miami, Escuela para fracasados y tontunas así. 

Ahora, quizá siguiendo el camino de otros comediantes como Adam Sandler (Diamantes en bruto) o Eddie Murphy (Yo soy Dolemite), Hart ha intentado demostrar que es un actor de calidad pasándose al drama, aunque, como en los casos anteriores, lo hace sin renunciar plenamente a la comedia.

Ser padre arranca de la peor forma posible. Matt, el protagonista, se enfrenta el funeral de su esposa mientras rememora, a base de flashbacks, como esta fallece en el hospital a podo de dar a luz. Ahí tenemos un planteamiento dramático de libro, con la dicotomía de saber si el hombre será capaz o no de sacar adelante a una hija sin ayuda de ningún tipo. Un dramón como un camión si no fuese por los extraños injertos humorísticos que no funcionan en ningún momento, desconcertando al espectador y haciéndolo sentir incluso incómodo. Es el caso, por ejemplo, de los insoportables secundarios, los amigos del protagonista que solo sirven para demostrar una estupidez tan que, en comparación, podamos legarnos a creer que el tal Matt puede salir airoso de su desafío, aunque cualquiera que sea padre sabrá identificar una torpeza que no se justifica ante el hecho de ser «padre soltero» o estar pasando por un duro duelo.

Afortunadamente, la película no se molesta en explicar cómo logra sobrevivir el protagonista a su reto, pues se salta de un plumazo toda la etapa de bebé de la pequeña Maddy para, mediante una elipsis nada sutil, mostrárnosla ya lo suficientemente crecida como para poder jugar, ahora sí, con una comedia un poco más abierta. Con la entrada del componente romántico Hart empieza a sentirse más libre de ataduras, y la película abraza un buenrollismo que choca con el amargo arranque e invita a ver el final con un conato de sonrisa.

No es que la cosa llegue a brillar por completo, pues siempre se está esperando un giro algo contundente que nunca llega, pero al menos abraza un sentimentalismo que dignifica esta dramedia y deja un sabor de soba bastante más agradable de lo que uno hubiera imaginado durante el primer cuarto de hora.

Tampoco es que aspire, como se podría deducir del título, a instruir a futuros padres, pero como manual de todo lo que no debe hacerse sí podría valer.

 

Valoración: Cinco sobre diez.

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