Con Torrente aparentemente muerto y enterrado, Santiago Segura sigue empeñado en realizar un cine familiar cortado por el mismo patrón y sin demasiada inspiración propia, ya que por cuarta vez consecutiva recurre a películas de filmografías extranjeras para darle su propio toque.
Para
terminar de rematar, después de la especialmente inspirada Sin rodeos (y es fácil estar inspirado con Maribel Verdú entregada
a su personaje), el éxito de Padre no hay más que uno y su secuela ha condicionado aún más si cabe la trayectoria de
Segura como director, que empieza ya a repetirse peligrosamente. Aunque A todo tren (Destino Asturias) no
pertenezca a la saga, podría, pues vuelve a recurrir al tema de padre en apuros
lidiando con niños descontrolados.
El
problema radica en que en esta ocasión Segura y su coguionista de cabecera,
Marta González de Vega, erran el tiro con un esperpento sin apenas gracia y que
tiene un tufillo a casposo que tira para atrás.
De
nuevo el personaje de Segura debe enfrentarse al cuidado de un grupo de niños,
esta vez contando con la inestimable colaboración de Leo Harlem. El problema
viene cuando los meten en un tren y este marcha sin los dos adultos, arrancando
así una doble trama: por un lado los niños odiosos haciendo trastadas en el
tren (y si nos odias del todo es porque para eso está la figura de Florentino
Hernández, para ser más odiable todavía), por otro, los dos desdichados
acompañados por un chaval rezagado para tratar de llegar a Asturias a la par
que el tren y sin que sus respectivas mujeres (esposa e hija) se enteren de
nada.
Poco,
muy poco hay en la película que provoque carcajadas, y las pocas sonrisas que
se pueden deslizar provienen principalmente del personaje de David Guapo, más
por su saber hacer que por la originalidad del mismo. Respecto a los dos
protagonistas, no hay mucho que salvar, por más que cumplan con su papel como
actores, debido a un libreto insulso y anodino. Tras las supuestas risas hay un
intento de profundizar en la psique de los personajes y hacerlos avanzar, tanto
física como espiritualmente, invitando a una especie de redención al caradura
metepatas de Harlem y haciendo espabilar al hipocondríaco llorón de Segura.
Pero ni por esas. Poco hay que ayude a simpatizar con estos dos, de manera que
el invento nunca llega a buen puerto.
Como
siempre en una producción de Segura, queda el entretenimiento de ir
reconociendo a los amiguetes que pululan por ahí, meros comparsas que en algún
caso podría estar mucho más aprovechado.
Hace
poco comentaba, a raíz de Operación Camarón, el mérito que era para la película
no ser una mera sucesión de gags. De esto precisamente trata A todo tren, de
lanzar a la pantalla el mayor número de tontadas con la esperanza de que alguna
caiga en gracia. Y seguramente tendrá su público, no lo niego, pero por lo que
a mí respecta esta vez Segura me ha decepcionado.
Valoración:
Tres sobre diez.
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