Estamos ante otra de esas propuestas visuales a las que es difícil analizar sin más, tanto por el hype que provocó desde su estreno como por la dificultad de su adaptación. Siendo admirador de Neil Gaiman, confieso no haber leído nunca un solo episodio de su serie gráfica, por lo que no puedo realizar el ejercicio de comparar ambas obras. Sin embargo, sí me consta que el comic está conformado por diversos arcos argumentales más o menos conclusivos que son perfectamente adaptados en la serie televisiva, con lo bueno y lo malo que ello comporta.
Y
es que uno de los problemas que presenta Sandman para el espectador ajeno a la obra original de Gaiman es la falta
de un hilo conductor que nos indique de qué va realmente la serie (aunque la
incursión del personaje del Corintio desde el primer episodio ayuda bastante,
algo que la serie mejora con respecto a los comics), haciendo que haya dos
estructuras muy diferenciadas a lo largo de esta primera temporada. Tanto es
así que yo mismo tuve dificultades para conectar con la historia del Dios del
Sueño, llegando a interrumpir el visionado a la altura del quinto episodio, en
el que terminaba la trama argumental llamada en el papel Preludios y Nocturnos. Tras forzarme a continuar con ella al cabo
de un descanso, el episodio sexto, una especie de interludio entre dos tramas,
me entusiasmo, quedando totalmente enganchado a los episodios correspondientes
a la saga de La casa de muñecas que
corresponden a los cuatro siguientes episodios (hay un capítulo once ofrecido
por Netflix con posterioridad que es
también un interludio aparte). Sin embargo, me consta que hay parte de los
aficionados que han aplaudido más la primera parte que esta segunda, lo cual
indica que hay gustos para todos y que la serie requiere un ligero esfuerzo por
parte del espectador para aceptar los vaivenes del argumento.
Con
un derroche visual impactante (y caro, lo que condiciona la confirmación de la
esperada renovación) y una buena elección de actores, The Sandman, una vez pagado el peaje del desconcierto inicial, es
una de las apuestas más valientes y originales de Netflix, merecedora de un éxito mayor del que está disfrutando. Es
una adaptación fiel, muy cuidada, en la que se nota la implicación del propio
Gaiman, interesado en solventar los errores que él mismo ve en sus primeros
guiones comiqueros.
No
se salva la serie de la polémica con el cambio físico o de género de algunos
personajes (el más fragante es el de Lucifer, interpretado por Gwendoline
Christie, un personaje que en los comics es el mismo Lucifer Morningstar de la serie protagonizada por Tom Ellis), o la necesidad de evitar las alusiones a
personajes el Universo DC, cosa que
sí se daba en los comics. Son los problemas de tener un universo compartido en
papel que no corresponde, por temas de derechos, al ámbito audiovisual, aunque
esto es casi un favor para la obra, evitando lastres innecesarios y otorgando una
libertad creativa a Gaiman, Allan Heinberg y David Goyer, responsable de todo
esto.
En
resumen, estimulante y convincente adaptación que, si bien no va a ser del
agrado de todos los públicos (no es para nada una serie de superhéroes al uso)
merece como poco que se le dé una oportunidad, siendo necesario ver el total de
los once episodios antes de hacer una valoración en condiciones.
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