La serie de Lucifer, inspirada en una colección de cómics de la línea Vértigo, ha sufrido un camino tan tortuoso como el de su propio protagonista. Tras un arranque más o menos sonado, cayó en el olvido e incluso la cancelación hasta que Netflix llegó a su rescate. Tras cuatro temporadas, la plataforma de streaming le ofreció una nueva tanda de episodios, que nos llegó dividida en dos partes, para luego, no conforme con ello, renovarla por una sexta.
Es
esta sexta temporada un final definitivo a una serie que ha sabido crecer y
reinventarse conforme lo hacía. De ser
un divertido pero ligero procedimental que no terminaba de aprovechar la
riqueza de una historia sobre las vicisitudes del demonio que, cansado de
reinar en el inframundo, se escapa a Los Ángeles donde termina siendo asesor de
la policía, ha sabido crecer hasta mantener una apuesta muy refrescante hacia
el absurdo donde han tenido cabida desde episodio noir, musical o incluso de animación.
Pese
a que el ejercicio de comparar la serie con el comic de Neil Gaiman que adapta
es bastante absurdo, lo cierto es que a partir de la quinta temporada asume una
serie de riesgos que elevan el nivel de locura que esta sexta y última sesión
mantiene, con un Lucifer aspirando al
puesto de Dios y un apocalipsis a la vuelta de la esquina. Pero si hay que
detallar cuáles son los elementos que elevan la calidad de la trama, más allá
de prescindir de ese carácter episódico (algo más o menos similar a lo que
terminó sucediendo con IZombie), estos
podrían resumirse en dos:
Por
un lado, saber evolucionar al protagonista,
el egocéntrico y fiestero Lucifer Morningstar, que si bien quería
evidenciar cierto cambio a lo largo de los episodios, en especial mediante su
relación con la inspectora Chloe Decker, no acababa de verse reflejado en sus
acciones. Ahora, por fin, vemos a un
nuevo Lucifer, siendo fácil apreciar las infinitas diferencias con aquel que
comenzó la serie.
Por
otro lado, da la sensación de que se haya cierto más coral, sin que todo gire
única y exclusivamente alrededor de propio Lucifer. A lo largo de las seis temporadas hemos
podido conocer y empatizar con toda una serie de secundarios que seguramente
merecían más, y este final se lo ha dado, permitiéndonos despedir de cada uno
de ellos, incluso de uno tan nuevo y
desconcertante cómo el de Rory.
Hablando
directamente del final, y sin caer en el spoiler, soy consciente de que no va a
ser del agrado de todo el mundo (como suele ocurrir con casi todos los finales
de series más o menos exitosas), ya que da pie al debate sobre si es un final
feliz o amargo, pero al menos hay que agradecerle que no haya buscado la
solución más fácil, aparte de tomarse su tiempo en cerrar todas las tramas y
dar los minutos necesarios a cada uno de esos secundarios de los que hablaba,
ya sean la propia Chloe, Dan, Ella, Amenadiel, Linda, Mazikeen o Eva.
No
es un final por todo lo alto en el sentido de la espectacularidad, como sí lo
fue el final de la quinta temporada, pero es que aquí estaban más pendientes de
preparar la despedida que de abrir más cajas de pandora, lo que por otro lado
también es de agradecer.
En
resumen, que nos despedimos de una serie que ha sabido mejorar con la
ampliación de presupuesto y ambición que le proporcionó Netflix y que, más allá
de las efectivas gracietas sobre los excesos de Lucifer nos deja una serie de
personajes entrañables a los que echaremos de menos.
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