Dentro del amplio y variado catálogo de Netflix hay dos temas que se le da especialmente bien: el terror y la comedia romántica, imagino que tratando de contentar (siempre aceptando como reales ciertos tópicos) tanto al público masculino como al femenino.
No se puede huir del amor (aunque mucho más conciso es el título original de Resort to love) se engloba en el segundo
grupo y narra las vicisitudes de una aspirante a cantante que, en pleno bache
profesional y emocional, decide aceptar un empleo en un resort de Isla
Mauricio, sin esperar que su pasado la vaya a perseguir.
No
hay nada nuevo bajo el sol, y con un reparto básicamente afroamericano (salvo
el habitual recurso romántico), parece como si estuviéramos ante una versión de
color de la clásica película de Adam Sandler y Jennifer Aniston (me vino a la
memoria Sígueme el rollo). Desde ese
punto de vista, la película es tan plana y previsible como cabría esperar,
resultando efectivo como pasatiempo veraniego por sus bellos paisajes y sus
pegadizas canciones, las cuales fueron interpretadas realmente por la
protagonista Christina Millian. Haciendo un juego de palabras con su título en
inglés, parece que se disfruta más del concepto Resort que del Love,
sacándose buen partido de las localizaciones y sirviendo como publirreportaje
publicitario para invitarnos a plantearnos ese destino turístico de cara a las
próximas vacaciones.
Esta
película, como casi todas las del género, es totalmente previsible, y no hay
mucha duda de cómo va a concluir, pero al menos los momentos cómicos funcionan
más o menos bien, ayudando a digerirla mejor. No va a cambiarnos nuestras
vidas, pero puede ser una manera refrescante de despedirnos de la temporada
veraniega.
Valoración:
Cinco sobre diez.
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