Ambientada en un tranquilo puerto de la costa canadiense, La gran seducción es una comedia rural,
quizá excesivamente blanca e bienintencionada que refleja las consecuencias de
la crisis en una población derrotada y desesperanzada y con una media de edad
notablemente alta.
El pueblo del que se diría cualquiera quiere escapar y, a
juzgar por la escasa juventud, todo aquel que ha podido lo ha hecho. Por eso,
resulta casi una utopía pensar que un médico joven que debe pasar un mes en la
localidad como una especie de servicio social obligado pueda desear
establecerse de manera definitiva. Sin embargo esa es la última esperanza de
los lugareños para conseguir que una empresa de reciclaje de residuos construya
una fábrica en el lugar devolviéndoles el orgullo y la posibilidad de trabajar.
Aunque el arranque es una brillante y ácida metáfora sobre la
responsabilidad del propio individuo ante la falta de opciones laborales por su
propio conformismo y holgazanería, pronto el tema deriva hacia una comedia de
enredos capitaneada por un brillante Brendan Gleeson que se encargará de
transformar el puerto en una especie de paraíso para el doctor que interpreta
con carisma y simpatía Taylor Kitsch (que todavía anda tratando de quitarse el
sambenito de haber estado a punto de arruinar la Disney con la exageradamente
vapuleada John Carter de Marte),
incluyendo la creación de un campo de cricket, escuchas telefónicas o impuestas
sesiones de pesca con aroma paternal.
Sin llegar a ser nada del otro mundo la apuesta (en el fondo una vuelta de
tuerca más al eterno contraste entre urbanitas y rústicos) es simpatía y
agradable, con un trasfondo claramente optimista que nunca viene mal en estos
tiempos y un puñado de personajes entrañables. La química entre los
protagonistas es buena y eso ayuda a que les pediremos algunas situaciones
demasiado tópicas o previsibles.
Dicen que el fin justifica los medios, y eso se demuestra en este título
que no tiene más fin que aportar una hora y media de abstracción y aportar una
sonrisa duradera al espectador. Y eso, sin duda, lo consigue.
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