Los nervios a flor de piel. Caras conocidas entre el público. Alguna desconocida también. Mi editor, a un lado. Mi última novela, de cara a la audiencia, al otro. Me aclaro la voz, sabiendo que no llevo notas ni nada especialmente preparado. Solo una idea vaga sobre lo que voy a decir. Y, por una vez, mi nueva novela no es el tema de la noche.
Ricard, mi editor, me presenta. Lo miro de reojo, sabiendo que no es la presentación literaria al uso que se podría esperar. Me disculpo y abro la boca. Y, simplemente, dejo que las palabras fluyan.Todo
va como la seda. No queda nada en el tintero. Explico una historia de dolor y
sufrimiento, aquella que se oculta entre las entrañas de El hombre de trapo
mataba por amor. Regreso a esos días de hospitales y salas de espera, pero
también a las agradables caminatas por la ribera del Tajo, buscando cobijo a la
sombra de Trillo y dejándome envolver por la soledad mágica, casi fantasmal, de
Bañuelos.
Como
si de un exorcismo se tratara, dejo que todo salga de mi interior, los
fantasmas atrapados en mis recuerdos, las lágrimas contenidas, los miedos
nocturnos a la fatídica llamada telefónica… y todo eso con el macabro
escenario, muy cinematográfico, eso sí, de la pandemia, con ese toque de queda
tan claustrofóbico que fue el marco perfecto para terminar el último borrador
de la novela pero que supuso también el adiós definitivo al último pilar que me
quedaba en esta vida.
No
vino todo el mundo, pero sí los importantes. Los que uno necesita tener a su
lado en momentos como este. Un público entregado, emocionado, que se fueron
dejando atrás alguna lagrimilla y un atronador aplauso a la memoria del
verdadero protagonista de la jornada. Y entre ellos, como la luz de un faro
guiando mis pasos, dos personas que sobresalían sobre los demás: Arelys, la
persona que sacó mi corazón de su enfermizo letargo, y Noah, el relevo
generacional, la deuda pendiente que tenía con mis padres y que no ha llegado
tarde, como se podría pensar, sino en el momento oportuno. Dos estrellas en la
noche, dos latidos que impulsan mi corazón.
Y
con el aplauso, termina la primera parte de la presentación. Y termina mi
homenaje. Suena tan fuerte que nos aseguramos de que mi padre, esté donde esté
en estos momentos (a me gusta seguir llamándole Cielo), lo pueda escuchar.
Llega
a continuación el momento de hablar de la novela propiamente dicha, pero eso ya
no me importa tanto. Es la parte fácil de la presentación, la que podría hacer
con los ojos cerrados. Al fin y al cabo, es hablar de una parte de mí mismo, de
mi pasión, de mis sueños…
Hablo
de espantapájaros, de asesinos, de guionistas y de anécdotas de cine, de
corazones rotos y matrimonios maltrechos. Y callo más que hablo por aquello de
no hacer spoilers. Pero incluso cuando hablo de eso, incluso cuando callo lo
otro, es mi padre quien sigue presente, flotando por el ambiento, impregnándolo
todo con su recuerdo.
Son
dos fechas mágicas. La primera, en Maçanet de la Selva, mi segundo hogar. El
refugio de mi padre cuando mi madre se adelantó para buscar una parcela libre
en el Cielo para su último viaje juntos. El lugar donde, curiosamente, hice mi primera
presentación, en ese caso Sanguijuelas, precisamente tres años justos antes de
la segunda presentación de El hombre de trapo mataba por amor. Esta vez en
Barcelona. Dos fiestas parejas. Dos sueños hechos realidad.
Dicen
los que la han leído que El hombre de trapo es una novela buena, muy buena. Que
se evidencia una evolución ascendente en mi estilo y que va a ser un gran
éxito. No sé si será verdad. Ahora mismo, tampoco me importa demasiado. El
hombre de trapo es la novela que he dedicado, de todo corazón, a Benito Medina,
mi padre. Y con eso, tengo bastante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario