martes, 9 de noviembre de 2021

PRESENTACIONES DE EL HOMBRE DE TRAPO MATABA POR AMOR.

Los nervios a flor de piel. Caras conocidas entre el público. Alguna desconocida también. Mi editor, a un lado. Mi última novela, de cara a la audiencia, al otro. Me aclaro la voz, sabiendo que no llevo notas ni nada especialmente preparado. Solo una idea vaga sobre lo que voy a decir. Y, por una vez, mi nueva novela no es el tema de la noche.

Ricard, mi editor, me presenta. Lo miro de reojo, sabiendo que no es la presentación literaria al uso que se podría esperar. Me disculpo y abro la boca. Y, simplemente, dejo que las palabras fluyan.

Todo va como la seda. No queda nada en el tintero. Explico una historia de dolor y sufrimiento, aquella que se oculta entre las entrañas de El hombre de trapo mataba por amor. Regreso a esos días de hospitales y salas de espera, pero también a las agradables caminatas por la ribera del Tajo, buscando cobijo a la sombra de Trillo y dejándome envolver por la soledad mágica, casi fantasmal, de Bañuelos.

Como si de un exorcismo se tratara, dejo que todo salga de mi interior, los fantasmas atrapados en mis recuerdos, las lágrimas contenidas, los miedos nocturnos a la fatídica llamada telefónica… y todo eso con el macabro escenario, muy cinematográfico, eso sí, de la pandemia, con ese toque de queda tan claustrofóbico que fue el marco perfecto para terminar el último borrador de la novela pero que supuso también el adiós definitivo al último pilar que me quedaba en esta vida.

No vino todo el mundo, pero sí los importantes. Los que uno necesita tener a su lado en momentos como este. Un público entregado, emocionado, que se fueron dejando atrás alguna lagrimilla y un atronador aplauso a la memoria del verdadero protagonista de la jornada. Y entre ellos, como la luz de un faro guiando mis pasos, dos personas que sobresalían sobre los demás: Arelys, la persona que sacó mi corazón de su enfermizo letargo, y Noah, el relevo generacional, la deuda pendiente que tenía con mis padres y que no ha llegado tarde, como se podría pensar, sino en el momento oportuno. Dos estrellas en la noche, dos latidos que impulsan mi corazón.

Y con el aplauso, termina la primera parte de la presentación. Y termina mi homenaje. Suena tan fuerte que nos aseguramos de que mi padre, esté donde esté en estos momentos (a me gusta seguir llamándole Cielo), lo pueda escuchar.

Llega a continuación el momento de hablar de la novela propiamente dicha, pero eso ya no me importa tanto. Es la parte fácil de la presentación, la que podría hacer con los ojos cerrados. Al fin y al cabo, es hablar de una parte de mí mismo, de mi pasión, de mis sueños…

Hablo de espantapájaros, de asesinos, de guionistas y de anécdotas de cine, de corazones rotos y matrimonios maltrechos. Y callo más que hablo por aquello de no hacer spoilers. Pero incluso cuando hablo de eso, incluso cuando callo lo otro, es mi padre quien sigue presente, flotando por el ambiento, impregnándolo todo con su recuerdo.

La ceremonia, largamente aplazada por algo llamado restricciones sanitarias, termina. Nos sonreímos bajo las mascarillas, enmascarando nuestras emociones. Saludamos con el puño, con algún que otro abrazo ilegal furtivo. Y toca despedirse firmando los libros que los presentes tienen a bien comprar. Es entonces cuando tengo tiempo para algún saludo más íntimo, más personal. Reencuentros insospechados después de años de ausencia, familias que han crecido desde nuestro último encuentro, más felicitaciones mezcladas con pesares…

Son dos fechas mágicas. La primera, en Maçanet de la Selva, mi segundo hogar. El refugio de mi padre cuando mi madre se adelantó para buscar una parcela libre en el Cielo para su último viaje juntos.  El lugar donde, curiosamente, hice mi primera presentación, en ese caso Sanguijuelas, precisamente tres años justos antes de la segunda presentación de El hombre de trapo mataba por amor. Esta vez en Barcelona. Dos fiestas parejas. Dos sueños hechos realidad.

Dicen los que la han leído que El hombre de trapo es una novela buena, muy buena. Que se evidencia una evolución ascendente en mi estilo y que va a ser un gran éxito. No sé si será verdad. Ahora mismo, tampoco me importa demasiado. El hombre de trapo es la novela que he dedicado, de todo corazón, a Benito Medina, mi padre. Y con eso, tengo bastante.

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