Ideada por la actriz Nadia de Santiago junto a Pablo Santidrián e Inés Pintor, El tiempo que te doy es una serie que explora el dolor que se sienta tras una ruptura sentimental y explora en ese necesario tiempo de duelo hasta llegar a la conclusión de que el tiempo todo lo cura, algo que no siempre es fácil alcanzar a comprender.
Para
ello, la serie propone un interesante juego narrativo al contar la historia de
Lina y Nico en dos cronologías diferentes, el presente y el pasado. No contenta
con ello, se juega al experimento midiendo milimétricamente el tiempo que se
dedica a cada espacio temporal, variando a raíz de un minuto por episodio, de
manera que comenzamos atrapados, como la propia Lina, en el pasado de la pareja
para concluir prácticamente en un presente donde ya no hay espacio para el
recuerdo.
Es
este juego estructural uno de los elementos más interesantes de una serie
triste, melancólica, en la que descubrir tanto el presente como el pasado de
sus protagonistas ayuda a comprender los motivos de su separación y cuyo futuro
no terminamos de atisbar por la sencilla razón de que no es de eso de lo que va
la cosa. Con un tono que recuerda a las piezas más intimistas del cine de Dani
de la Orden, con ayuda de una estimulante banda sonora, hay un verdadero
esfuerzo interpretativo para crear unos personajes absolutamente terrenales y
que pueden representar con facilidad a cualquiera de nosotros.
Es,
por tanto, una propuesta que aboga por la sencillez y que gracias a sus escasos
diez episodios de tan solo once minutos cada uno se puede ver en un suspiro,
dejando una leve sensación de tristeza tras cada uno de ellos.
Sin
embargo, hay algo en ella que me impide valorarla como una pieza redonda, un
cierto regusto amargo que me dejó insatisfecho, como si la protagonista, aparte
de contagiar al espectador su tristeza, llegara a transmitir también cierta
apatía y desidia ante lo que le está sucediendo (ni siquiera se ve con ánimos
de celebrar una mejora laboral porque no tiene con quien hacerlo), lo cual
termina por hacer mella en ese espectador entregado que puede terminar con la
misma desgana. Un juego peligroso que provoca un equilibrio muy precario y que
podría llevar a más de uno a caer en una falsa sensación de aburrimiento.
Es,
cuanto menos, una serie a descubrir. Una serie donde no hay que esperar nada
más que ver la vida pasar dejarse llevar
por ello. Luego ya dependerá de cada uno hasta qué punto le haya llegado a
tocar la fibra o no.
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