Cuando se anunció que Disney estaba preparando una nueva película de la franquicia Solo en casa destinada a potenciar su plataforma, no pude emocionarme menos. Es cierto que la película de Chris Columbus y John Hugles es todo un clásico navideño, incluso su secuela es bastante remarcable, pero una vez Macaulay Culkin fuera de la ecuación, la saga se convirtió en una sucesión de películas destinadas al formato doméstico totalmente olvidables.
Sin
embargo, una vez vista esta nueva entrega (la recuperación del actor Devin
Ratray repitiendo su personaje más de treinta años después demuestra que no se
trata realmente de un reboot) lo
cierto es que la cosa tiene su gracia.
Por fin solo en casa es una película menor, desde luego, pero también es cierto que estamos en
otra época y la magia del cine de los ochenta y principios de los noventa no
tiene cabida en el panorama actual, donde una película que merezca destacar en
pantalla grande debe contener grandes explosiones, persecuciones y un final híper
exagerado para aspirar a funcionar mínimamente. Pero en el cobijo de Disney+, la película que dirige Dan
Mazer y protagoniza Archie Yates (el amigo del protagonista de Jojo Rabbit) encuentra fácilmente su
sitio gracias a un guion simpático que consigue recurrir al factor nostálgico
recorriendo elementos comunes del film de 1990 pero evitando la sensación de
repetición. Así, por ejemplo, después de que el protagonista se haya quedado
por error solo en casa en vísperas de Navidad, también hay dos sujetos que
tratan de allanar su morada y a los que deberá hacer frente con todas las armas
que sea capaz de imaginar, pero con un contexto completamente diferente,
cambiando incluso los roles y pasando los invasores de villanos a víctimas de
una forma muy natural y que provoca una empatía que no se sentía hacia los
personajes a los que daban vida Joe Pesci y Daniel Stern.
No
estamos, claro, ante un título que aspire a renovar el género, ni mucho menos,
pero sí es una propuesta familiar navideña bastante más simpática de lo que
cabría esperar a simple vista y que merece que se le dé una oportunidad, aunque
solo sea como excusa para comer algún turrón o cualquier otro dulce a la hora
de la sobremesa.
Valoración:
Seis sobre diez.
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