sábado, 13 de agosto de 2022

CARTA ABIERTA A ADA COLAU (Segunda parte)

Estimada alcaldesa Ada Colau.

De nuevo me pongo en contacto con usted en calidad de barcelonés de a pie, para hacerle llegar un par de reflexiones.

En primer lugar, me gustaría preguntarle si ha tenido un buen día. Espero que sí. El mío no lo ha sido tanto. Permita que se lo resuma. Viviendo, como quizá recuerde de mi misiva anterior, en Bon Pastor, junto al Centro Comercial de la Maquinista, tenía que desplazarme con mi hijo de quince meses al centro de Barcelona para ir, a continuación, a la oficina del Registro Civil, que como sabe está muy cerca de Drassanes. El caso es que decidí ir en tres, usando para ello la estación de Rodalies de Sant Andreu. Una vez allí me encontré con mi primera sorpresa: el ascensor no funcionaba. Por fortuna, en ese momento me acompañaba mi mujer, con lo que entre los dos nos las apañamos para bajar el cochecito de bebé por las escaleras. Más tarde me enteré de que el ascensor del andén opuesto tampoco está en funcionamiento, con lo que debería buscar una alternativa para regresar. Tras realizar los trámites correspondientes en el centro, ya mi bebé y yo solos, caminé hasta el Registro Civil dando un agradable paseo (algo que habría sido más satisfactorio si las calles estuviesen menos sucias, por cierto), pero, apremiado por el calor y algo de prisa, decidí regresar en metro. Mala idea, ya que el metro de Drassanes (y varias estaciones más de la línea tres) están cerradas, tal y como sucede con un tramo de la línea cinco. Por lo visto, los que estamos en Barcelona en agosto no tenemos derecho a usar el metro con normalidad (sí, hay líneas de autobuses alternativas, pero con lo cómodos que son algunos vehículos para ir con un cochecito de bebé (ya ni me quiero imaginar a alguien en silla de ruedas) y eso por no mencionar a los turistas, un sustento importante de la ciudad. La mejor alternativa era caminar hasta Liceu pero, por ahorrarme un transbordo, preferí caminar un poco más y legar hasta Catalunya. Allí me dirigí a la primera entrada con ascensor que vi, situada en el inicio (o el final, según se mire) de Les Rambles. Afortunadamente, antes de validar mi T-Casual me di cuenta de que no había ningún ascensor que comunicara con los andenes al otro lado de los tornos de entrada, así que volví a la calle en busca de otro acceso. Por fortuna, en plaza Catalunya, casi esquina con Ronda Universitat, hay otro ascensor, que además me conduciría directamente a los andenes de la línea uno, ahorrándome una caminata por el subsuelo de Barcelona. Mi ilusión se esfumó de golpe al comprobar que también este ascensor estaba averiado (y no es que sea ninguna sorpresa, su aspecto, aparte de sucio, es bastante vetusto.

Esperando que el dicho de que «a la tercera va la vencida» sea cierto me encaminé hacia el último ascensor que tenía a la vista, poco esperanzado. Me refiero al que está, más o menos, frente a la tienda Apple que, paradojas de la vida, parece casi un objeto de anticuario. Para mi sorpresa, este sí funcionaba, aunque con cierta mala gana, ya que las puertas se abrieron y cerraron varias veces antes de que la cabina se decidiera a descender.

Para completarel chiste, al dirigirme a validarmi billete en los accesos de entrada, descubro que no hay ninguno ancho, de esos adaptados para sillas de ruedas, carritos de bebés, etc. Un vigilante me informa que debo ir hasta la otra punta, ya que por lo visto, esa no era la entrada principal. Me pareció muy curioso saber que, en cuestión de accesos al metro, también existen las clases sociales, ya que hasta ahora yo pensaba que la diferencia entre una entrada y otra era simplemente el extremo del andén al que te conducía. Entiendo perfectamente que basta con un ascensor por parada (si funciona, claro), pero negar el acceso directamente… No quiero ni imaginar a alguien que baje del metro en esa parada, se suba todas las escaleras cargando un cochecito de bebé y luego descubra que no puede salir de la estación.

En fin, señora alcaldesa, esta es solo una pincelada de mi mañana, para que sepa como se puede sentir cualquier ciudadano en un día cualquiera. No pretendo que tome ninguna medida al respecto, pues ya me encargaré yo de tomarla. Le aseguro que no volveré a sufrir un día como este. La próxima vez, iré en coche.

Y esto me lleva a mi segunda reflexión, promovida a lo que me aconteció esta misma tarde.

Pretendiendo tanto ahorrar como ayudar a preservar el planeta, hace un par de años me compré un coche de gas natural, la opción más viable, a mi entender, de reducir la contaminación, ya que las infraestructuras y los costes energéticos hacen que, ahora mismo, el coche eléctrico sea solo una quimera. El caso es que, como le digo, me compré dicho coche pese a que en Barcelona, corríjame si me equivoco, hay tan solo dos estaciones de servicio de gas natural. Afortunadamente, una de ellas está en mi propio barrio. El caso es que cuando me disponía hace un rato a llenar el depósito me encuentro con un cartel que indica que la gasinería está inoperativa hasta el quince de agosto, por lo que me he visto obligado a desplazarme hasta la que se encuentra  cerca de la Barceloneta ha hacer cola entre taxistas ya que no tenemos ninguna otra alternativa dentro de la ciudad. Entiendo que parte de esto no es responsabilidad suya sino de Gas Natural, pero es usted la que me insta a usar vehículos ecológicos que, al menos en mi caso, no tienen ningún tipo de ventaja a la hora de aparcar en zona verde o azul, no cuenta con respaldo institucional para ampliar la red de gasineras y no contamos con ningún beneficio más allá de una ligera reducción en el Impuesto de circulación que ya veremos lo que nos dura (y es que los híbridos somos como los apestados de los ecologistas). En fin, que tampoco debe sufrir por esto, no pretendo hacerle perder el sueño. La solución, de nuevo, la pondré yo. En cuanto pueda, me cambiaré el coche. Por uno de combustible, por supuesto. Si puede ser, diésel. Sí, ya sé lo que me va a decir, que me estoy cargando el planeta, que hay que mirar por el futuro y sandeces así, pero le aseguro que mi conciencia está muy tranquila. Yo estoy dispuesto a aportar mi granito de arena diario, pero mientras las instituciones como la que usted lidera no hagan lo mismo y se limiten a palabrería políticamente correcta y a la construcción de carriles bici que lo único que pretenden es convertir a la ciudad en una localidad inviable, yo voy a preocuparme de mi comodidad y de la de mi familia.

Egoísta, puede. Tonto, no.


Atentamente:

Un humilde barcelonés más.

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