Cuando
en 1976 se estrenó la película Rocky
Sylvester Stallone entró en el panteón de la fama con este personaje, que él
mismo había creado, y que se convertiría, junto a Rambo, en un icono que a la postre terminaría por marcar su
carrera.
La
película se convirtió en un enorme éxito, un duro drama deportivo que ganaría
tres Oscars (incluyendo mejor director y película) y otorgaría dos nominaciones
al por entonces desconocido Stallone, tanto para su trabajo como actor como por
la de guionista.
Con
varias secuelas cada vez más flojas que el propio Stallone se encargaría de
dirigir (con la única excepción de Rocky
5, para la que recurrieron al mismo director de la primera con el estéril
deseo de recuperar el espíritu perdido), Rocky
Balboa, la sexta entrega de la agónica saga, debía ser el cierre definitivo
en la historia del púgil más famoso de la historia del cine (con permiso del
Jake LaMotta de Toro Salvaje, como
los propios De Niro y Stallone se encargarían de recordar en La gran revancha). Ha sido, sin embargo,
un desconocido como Ryan Coogler, quien se sacase de la manga un guion que,
tras mucho insistir, logró convencer a Stallone para ponerse de nuevo los
guantes (figuradamente hablando) y repetir personaje por séptima vez. Esta vez,
sin embargo, no iba a ejercer el papel protagonista, sino dar el relevo a una
nueva generación, representada en el rostro de Michael B. Jordan, que con su
interpretación demuestra (y van…) lo mal dirigidos que estaban todos los
protagonistas de Los Cuatro Fantásticos.
Creed no es, como pueda parecer por el título español, una película de
Rocky. Siendo honestos, ya puestos a subtitular, deberían haberla llamado La leyenda de Apollo, ya que es el Creed
del título el vástago perdido del legendario boxeador al que inmortalizara Carl
Weathers en las cuatro primeras películas de la saga). Coogler, que tras el
éxito de público y crítica de esta película ya ha pasado al primer plano de la
escena y acaba de firmar por Marvel para dirigir Black Panther, ha sabido
recuperar el espíritu de la primera entrega, recuperando la Philadelphia más
callejera, el boxeo de gimnasios cutres y las ambiciones personales más
profundas que la simple fama y dinero.
No
nos volvamos tampoco locos. Creed no
inventa nada, y la historia que cuenta es la misma que nos han contado mil
veces, ya sea en películas de este género (algo hay que recuerda a Million Dollar Baby) como de cualquier
otro (alguien dijo que las películas de boxeo eran los westerns del cine
deportivo). Sin embargo, el buen trabajo de Coogler tras las cámaras posibilita
que disfrutemos de este resurgir del mito de Balboa, aunque esta vez sea desde
fuera del ring. La película en general está muy bien filmada, pero las escenas
de lucha, en concreto el combate final, son ciertamente prodigiosas. Puede que
el único punto débil del film sea la innecesaria historia romántica, que lastra
algo la narración. Posiblemente, la relación paterno filial que se crea entre
Rocky y Adonis Creed sea más que suficiente para profundizar en las relaciones
personales, pero en fin, eso es sólo mi opinión.
Interpretativamente,
Jordan está a la altura de las circunstancias, postulándose como heredero del
“potro italiano”. Stallone, por su parte, se siente cómodo en un papel que ha
envejecido a su mismo ritmo, cerrando el círculo que se inició en el 76 al
volver a ser nominado al Oscar, esta vez como secundario. No creo que merezca
ganarlo (y es que Mark Rylance está
soberbio en El puente de los espías),
pero sí me parece justa su nominación, reconocimiento para toda una amplia
carrera en el cine de acción y para un personaje que se ha convertido en
leyenda del celuloide.
Ahora
solo queda esperar a ver si son capaces de dejar definitivamente atrás la
sombra de Rocky y centrarse en el joven Creed. Si es así, habrá nueva saga para
rato.Valoración: 7 sobre 10.
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