Los hombres libres de Jones es la última película de Gary Ross, un tipo que
empezó como guionista (suyo es el libreto de la clásica Big, por ejemplo) y que en cine debutó con la simpática Pleasantville, toco techo con Seabiscuit y saltó a la fama con Los Juegos del hambre.
Escrita
también por él mismo, Los hombres libres
de Jones tiene toda la apariencia de ser su apuesta más personal y
arriesgada, algo totalmente diferente a lo que había hecho hasta ahora y que
bucea entre el drama bélico y la denuncia social.
Resulta
curioso, no obstante, que siendo Ross antes guionista que director, tenga
graves errores de narrativa en una obra que encierra, en realidad, dos
películas dentro y que, por separado, podrían llegar a ser grandes títulos los
dos, pero que unidos terminan configurando una pieza excesiva, agotadora y de
errático ritmo.
Por
un lado, tenemos un retrato cruento de la Guerra de Secesión, en la que el
soldado Newton Knight (personaje real aunque con una leyenda tan difícil de
comprobar como la del propio Hugh Glass, al que daba vida Leonardo DiCaprio en El Renacido) deserta y forma un grupo de
refugiados que se enfrentará a los confederados en su propio terreno. La
segunda parte de la película, sin embargo, trata sobre cómo tras la guerra las
cosas no son tan felices como se las imaginaban los antiguos esclavos negros y
Knight centra sus esfuerzos en defenderlos y luchar por sus derechos. Como
digo, dos historias interesantes por separado pero que vistas seguidas dejan al
espectador con la sensación de haber visto el clímax de la película casi una
hora antes del final.
Otro
ejemplo de los errores de Ross está en el hecho de que pese a las dos horas y
veinte minutos que dura la película hay momentos que se me antojan demasiado
elípticos, como si hubiese demasiados huecos por rellenar.
Pero
la mayor torpeza que comete el director, quizá por propia inseguridad en su
declaración de intenciones, es el uso de flashforwars que trasladan al
espectador casi un siglo después para mostrarnos un juicio a uno de los
descendientes del protagonista solo con la utilidad de demostrar que, pese al
paso del tiempo, las cosas no han cambiado demasiado para los negros. Si lo que
pretendía era emocionar o intrigar, Ross consigue el efecto contrario,
rompiendo constantemente la narrativa. En el tramo principal de la película, no
obstante, los saltos al futuro desaparecen, lo cual se agradece a la vez que
desconcierta. Con ello, lo que realmente se logra es que una historia tan
desgarradora como se pretende mostrar termine en un vil culebrón donde lo que
realmente importa es de cuál de las dos mujeres que tuvo Knight, una blanca y
otra negra, es descendiente el acusado.
Los hombres libres de Jones se apoya en una soberbia interpretación de Matthew
McConaughey en el papel protagonista, bien secundado por Gugu Mbatha-Raw (Belle) y Keri Russell (El amanecer del Planeta de los Simios)
como caras más reconocibles pero con un efectivo puñado de secundarios y en una
planificación visual muy efectiva y elegante, pero a la postre hay cierta falta
de alma en la historia. Ross no transmite la pasión necesaria a sus
protagonistas para que la película llegue a emocionar, y la suma de todos estos
factores hacen que una apuesta grandiosa y épica quede desinflada. Parece como
si Ross buscase la típica película candidata a diez Oscars y se haya quedado en
el camino.
No
quiere decir esto que la película no sea interesante, quizá incluso necesaria,
pero es innegable que queda muy por debajo de sus posibilidades y que quizá
habría agradecido la presencia de un director más ducho en el drama que el
pizpireto Ross, que en la actualidad trabaja en el remake femenino de Ocean’s eleven.
Valoración:
Seis sobre diez.
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