El hombre de las mil caras es la nueva película de Alberto
Rodríguez tras La Isla Mínima y así
se está promocionando. Craso error. Primero, porque Rodríguez ya tenía alguna
otra estupenda película antes de esa, como Grupo
7. Segundo, porque El hombre de las
mil caras no tiene nada que ver con La
Isla Mínima y eso puede hacer que termine perdiendo injustamente en las
comparativas.
Y es que El hombre de las mil caras no tiene la belleza visual ni la calma
tensa de la que fue la gran triunfadora de los Goya del año pasado, ni tampoco
lo pretende. Cada historia precisa de su atmósfera, y en esta Rodríguez elige
acertadamente una atmósfera más americana, jugando con las músicas y las
cámaras lentas en un estilo que tiene algo del Tarantino inicial de Reservoir dogs aunque tampoco tenga esta
película ningún punto en común más con aquella.
El hombre de las mil caras
tiene un poco de todo: es una ficción, un retrato social de una época, una
historia real, un thriller de intriga, un documental, un drama con toques de
comedia… Una mezcla que, no obstante, tiene personalidad propia y de la que
Rodríguez sale airoso casi en todo.
Y digo casi en todo porque
algo falta para lograr la perfección. Quizá la complicada tarea de ficcionar
unos personajes reales, de rellenar los huecos de la historia que nunca
sabremos, impiden que se pueda profundizar más en unos protagonistas a los que
no llegamos a conocer realmente. Las motivaciones de Francisco Paesa y Jesús
Campoes (más allá del amor por el dinero) quedan algo turbias al pasar tan de
puntillas por su vida personal, pero la magníficas interpretaciones de Eduard
Fernández y José Coronado hacen que esos pequeños problemas quede de lado y
podamos empatizar con la frialdad de Paco y con la narración cargada de ironía
de Jesús.
El hombre de las mil caras no cuenta la historia de Luis Roldán y
su fuga (de hecho, no se termina en profundizar el alcance de su delito, más
allá de recalcar su patrimonio de mil quinientos millones) sino la del hombre
que le ayudó, un Francisco Paesa que actúa como hombre en la sombra y termina
siendo más interesante que el propio Roldán, sobre quien estaban todos los
focos de la época. Por cierto, que Carlos Santos y Marta Etura también lo
bordan como el exdirector de la Guardia Civil y su esposa Nieves.
Hace unos días comentaba la
dudosa fidelidad de Los hombres libres de Jones a la realidad. Aquí, Rodríguez se pone la venda antes de la herida y
comienza su película advirtiendo que esto es una ficción basada en hechos reales.
Esto es, no sabemos si las cosas sucedieron exactamente igual que en la
película, amén de que la relación entre Roldán y Paesa y entre Paesa y el
gobierno tiene más miga de la que se refleja en la película, mientras que hay
más oscuridad en un Roldán que aquí casi llega a convertirse en la víctima del
sistema, pero en eso consiste el cine, en maquillar la realidad sin
traicionarla. Y lo que Alberto Rodríguez refleja con total fidelidad es la
corrupción, la ambición política y la codicia que ha definido siempre a un país
donde los ladrones han sido héroes y la picaresca se aplaude.
Insisto, El hombre de las mil caras no es La Isla Mínima ni lo pretende ser. No hay aquí hermosos planos
cenitales ni se juega con las miradas y los silencios, pero eso no quita para
que sea una pieza magnífica, que demuestra que lo de Rodríguez no es flor de un
día, que es una magnífico realizador, guionista, director de actores y que sabe
coronar su trabajo con un equipo que rinde a la perfección, visual y
sonoramente.
El otro punto negativo del
film es el detalle de que ya conozcamos de antemano (más o menos) el final de
la historia, pero eso ya no es culpa de Alberto Rodríguez. Es lo que tiene
jugar con la historia.
Valoración: Ocho sobre diez.
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