Cuando
se anunció que se estaba preparando un remake del clásico de William Wyler de
1959 todos se llevaron las manos a la cabeza vaticinando un gran desastre. Y
como suele suceder en estos casos, acertaron, sino en cuanto a su calidad sí
por lo menos en sus resultados en taquilla.
Ben-Hur (2016) ha resultado un estrepitoso fracaso en Estados unidos
cuyo periplo por Europa no puede más que maquillar el desastre, ya que dudo que
en este caso llegue la salvación desde China. Es la crónica de una muerte
anunciada, se podría decir, y es que sobre el papel todas las decisiones
tomadas tenían el desastre marcadas a fuego.
Para
empezar, estaba la idea del remake en sí mismo (aunque dicen que no es en
realidad un remake, ya que no tenían los derechos del film original, sino una
nueva versión de la novela, pero para el caso es lo mismo), la absordudez de plantearse
siguiera emular a la que está considerada como una de las mejores películas de
la historia del cine y cuyo records de Oscars ganados no ha sido aún superado
(aunque sí igualados) con la friolera de once premios de la Academia. Se pueden
hacer otras versiones, desde luego. De hecho, las hay. Pero o bien hay que
limitarse a telefilmes de relleno que cuestan cuatro duros o hacerlo muy pero
que muy bien. Y este no ha sido el caso.
Siguiendo
con la lista de errores, tenemos la elección de su director. Timur Bekmambetov, un realizador del que desconozco
su filmografía rusa pero que en su etapa americana había hecho dos películas
que no estaban mal, algo gamberras y más propias del mundillo de los comics que
de los péplums (Wanted y Abraham Lincoln, cazador de vampiros).
Sin cabida para el humor ni los derroches visuales, su Ben-Hur es demasiado serio, demasiado ansioso por alcanzar la
épica, demostrando que al realizador ruso la cosa le va grande.
Luego
tenemos a un reparto bastante discretito, donde el secundario Morgan Freeman es
su máxima estrella y Rodrigo Santoro el actor más reconocible. Nada que ver con
lo que suponía Charlton Heston en su época.
Todo
ello, sumado a unos primeros trailers desoladores, unos posters realmente
horribles y unas primeras críticas vapuleantes, auguraban que Ben-Hur iba a resultar el peor espanto
posible, una película que, como en la escena de las galeras, iba a hacer aguas
por todas partes.
¿Y
con qué nos encontramos finalmente? Pues como en el caso de otros títulos de
este mismo año, como Batman v. Superman
o Warcraft, la ferocidad de las
críticas y el odio vertido sobre Ben-Hur
ha sido exagerado e infundado, siendo esta incluso superior a las dos películas
mencionadas.
Una
vez uno realiza el obligado ejercicio de dejar de lado la versión de Wyler, e
incluso ignorando otros peplums modernos a los que también puede recordar (el
caso más evidente es el Gladiator de
Ridley Scott), lo cierto es que la película es realmente entretenida. Se
evidencia un esfuerzo por parte de Bekmambetov de dar un aire fresco a la
narrativa (véase la escena de la batalla naval, con ciertas reminiscencias al lenguaje
de los videojuegos) mientras que los guionistas Keith R. Clarke y John Ridley
deciden apostar más por el ritmo frenético y la espectacularidad que por la
introspección de sus personajes. Así, la película puede parecer algo vacía en
cuanto a contenido (más cuando las interpretaciones no ayudan demasiado y
Ben-Hur y Messala carecen de la química necesaria entre ellos), pero esto se
compensa con una buena puesta en escena donde lo digital apenas molesta y la
escena de la carrera de cuadrigas (verdadero corazón del film) cumple con
eficacia y dinamismo.
Nombraba
antes a la referencia que se puede encontrar en el Gladiator de Ridley Scott, pero el propio realizador británico vivió
en sus carnes lo que era competir con el recuerdo de una obra mítica como le
sucedió con su denostada Exodus: Dioses yReyes.
Quizá
en su aspecto más negativo deba encontrarse ese extraño y casi impostado
acercamiento a la figura de Jesús, que parece metido con calzador, o al
buenismo poco creíble de sus conclusiones finales, pero ello no empaña una
película que, decididamente, nunca estará a la altura del Ben-Hur de toda la vida y que, una vez vista, continua siendo
completamente innecesaria, una vez hecha, puede disfrutarse sin complejos. No
es una película que nos cambiará la vida, pero sí un entretenimiento de finales
de verano con el que galopar junto a su protagonista y dejarse llevar por una
historia que, aún de sobras conocida, sigue funcionando.
No
es una obra maestra, pero tampoco merecedora del odio visceral que parece
infundir. Hay cosas que nunca lograré comprender…
Valoración:
Seis sobre diez.
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