Las
luces se apagan y el telón se abre ante ti. Aunque John Barry llegó con tu
película ya empezada, nada impide que las primeras notas del score de
"Memorias de África" suenen mientras la pantalla se ilumina mostrando
el rostro de tu amigo Mateo que, sonriendo tras su tupida barba, te da la
bienvenida.
Durante los títulos de créditos hermosos paisajes se entremezclan y no tienes dudas de que se trata de una película sobre viajes. En primer lugar, las hermosas montañas nevadas de Suiza, con un tono descolorido y apagado por el paso del tiempo. A continuación, el Gran Cañón, Corcovado, las cataratas del Iguazú, Nueva York, el Teide...
Aunque no prestas mucha atención al reparto, te das cuenta que no participan tus dos actores preferidos (Richard Gere, el más guapo, y Steven Seagal, el más duro), aunque la lista de participantes es impresionante, desde el Tirone Power con el que suspirabas de joven hasta un madurito Paul Newman. No falta ni el cameo de Michael Jackson y alguien te indica que Liz Taylor aparecerá en breve.
Comienza la película y reconoces en un plano fijo la casa de Mas Altaba, con su entrada de piedras irregulares en la que te espera una tumbona verde pintada con infinito detalle por tu hermana Carmen. Es un colorido mundo de esmaltes y acuarelas donde reconoces a una mujer bajita que te ofrece una cálida sonrisa. "Te estaba esperando", te dice, "pero no tan pronto". Es tu madre, a la que todos llamaban "la abuelita pequeñita", deseosa de abrazarte de nuevo. Tras ella, Teófila, se encuentra tu padre, el abuelo Santos, al que la mayoría de la familia no llegamos a conocer, pero que sin duda fue un gran hombre si fue capaz de tener una hija como tú. pronto la pantalla se llena de personajes secundarios que fueron principales en tu vida: tu cuñado Eduardo, tu tía Vicenta, amigos de la infancia a los que pensabas que no volverías a ver, familia nunca demasiado cercana, mi amigo Germán (qué mal te lo debía hacer pasar cuando nos íbamos todos por ahí en moto hasta las tantas) y una cruz militar que representa lo que pudo haber sido y no llegó a ser.
Recuerdos tristes amenazan con asaltarte, pero la candidez de sus sonrisas te embriaga, contagiándote de felicidad. Levantan sus brazos hacia ti y te dejas llevar, abrazándolos a todos a la vez, uniéndote a ellos al otro lado de la pantalla. La música de Barry da paso a ese ritmo country que tanto te gustaba bailar en las fiestas del poli y te giras un instante fugaz para despedirte.
Aquí seguimos todos, en la primera fila del cine, observando con lágrimas en los ojos como tu película pasa a fundido a negro. Papá, Raquel y yo nos abrazamos, temblorosos. A nuestro lado están tío Enrique y tía Carmen. Y tus sobrinos. Y tus cuñados. Y tus amigos y vecinos. La sala está a rebosar. Seguro que nunca te habrías esperado tanta gente, ¿verdad?
No falta nadie. Y todos te lloramos. Todos te recordamos. Todos te amamos.
Hoy hace seis meses que empezó tu película, una película hermosa en la que ya no hay dolores de espalda, ni problemas de oído. Sin miedos ni preocupaciones. Una película en la que estás acompañada de amigos y seres queridos y en la que, tarde o temprano, acabaremos actuando todos, juntos de nuevo.
No se si podrás vernos desde tu lado de la pantalla, pero te aseguro que nosotros, desde el nuestro, nunca dejaremos de pensar en ti.
Desde que te fuiste, no hay un solo día en el que no pasemos por taquilla aunque sea tan solo por verte en el tráiler y pensemos: «¡maldita sea!-: ¿por qué no aplazaron tu estreno un poquito más?»
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