Hay películas que no deben ser consideradas solo por su calidad y entretenimiento, sino por sus pretensiones y la manera en la que han llegado a ser una realidad.
Este podría ser el caso de Code 8, simpática película de ciencia ficción policiaca que, si se pretendiera comparar con productos hollywoodienses al estilo de Michael Bay o los hermano Russo caería en el más completo de los ridículos, pero analizada como lo que realmente es se me antoja casi un pequeño milagro visual.
La historia de la película empieza con el empeño de los primos Amell (Arrow uno, secundario en The Flash el otro) en convertir en película un cortometraje que habían protagonizado sobre un futuro cercano en el que las personas con superpoderes son reales y en el que la sociedad los odia casi tanto como los teme. Vamos, algo que ya estaba muy arraigado en la franquicia mutante de Marvel desde la época de Claremont pero pasado por un rasero más realista y con un punto de crítica social al presentarnos a una policía casi fascista.
Esta es, en realidad, una historia sobre mafiosos, en la que los “superhéroes” se alejan del concepto de tipos con mallas y capas para convertirlos en algo más terrenal. El protagonista, un “eléctrico”, ha mantenido sus poderes ocultos, pero cuando la enfermedad de su madre alcanza un estado crítico acepta mezclarse con malas compañías en busca de dinero fácil. Es entonces cuando la película aspira a moralizar sobre la adicción (y corrupción) del poder a la vez que dar una imagen no muy agradable de unos Estados Unidos dominados por el miedo y la represión económica.
En el mundo real, el cuento termina bien. Tras un movimiento de crowdfunding con el que se esperaba conseguir los 200.000 $ de presupuesto se rozaron los dos millones y medio y con Netflix entrando en el terreno de la distribución la película, dirigida por Jeff Chan, se ha convertido en uno de los éxitos sorpresa de la temporada.
Cierto es que, más allá de su interesante premisa, el guion es muy plano y cargado de tópicos, pero nunca cae en el aburrimiento, permite que, pese a los cambios de actitud, uno simpatice con el protagonista y deslumbra, sobre todo, su aspecto visual, en el que se saca un excelente partido a su ridículo presupuesto. Una fotografía impecable y una digitalización rudimentaria, pero efectiva hacen de esta película una propuesta humilde pero muy simpática que es ideal para un rato de evasión lejos de los fuegos de artificio del habitual cine de superhéroes.
Valoración: Seis sobre diez.
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