Incluso el incendio más poderoso termina por apagarse. Puede ser un fuego devastador, con una fuerza incontrolable, capaz de arrasar con todos los obstáculos que se le presenten. Pero tarde o temprano la llama se extingue y solo quedan restos carbonizados y, quizá, pavesas incandescentes que se elevan flotando por el aire hasta deshacerse lentamente y desaparecer.
Ese eres tú, papá. Has sido fuego. Has luchado contra todo y has vencido siempre. Naciste en el tópico de un pueblecito sin más futuro que el trabajo del campo y te rebelaste contra él. Manchego de nacimiento, fuiste «el catalán» en Madrid hasta que Barcelona te adoptó. Atrás quedó ese Bañuelos que te crió y que se ha convertido en el protagonista de una novela que ya nunca podrás leer (no en formato físico, al menos), pero que será mi regalo póstumo. Aquí, en la Ciudad Condal, te reinventaste a tu imagen y semejanza. Fuiste lo que quisiste ser y te enamoraste como solo la gente con un fuego interno como el tuyo pueden hacerlo. Y fuiste feliz. Has vivido lo suficiente para demostrar al mundo hasta donde era capaz de llegar un humilde vendedor de escasos estudios, llevaste a tu mujer a descubrir las maravillas demedio mundo y dejas como legado un hijo que siempre os recordará a los dos con orgullo y emoción. Has vivido lo suficiente para disfrutar del Barça de los seis títulos, ver el mundo temblar con crisis financieras y amenazas terroristas. Has visto caer torres, pero, como tú mismo augurabas, no has esperado a ver levantarse otras, como las de la Sagrada Familia, aunque la visión de su interior siempre te acompañó. Grutas de Capadocia, calles de Nueva York, paseos por Lombard Street, visiones del Cristo Redentor, las cataratas de Aiguazú, haciendo a Niágara empequeñecer, las apuestas en Las Vegas, los fiordos al atardecer, lagos de Escocia, de Viena a Budapest, un crucero por el Caribe, la Cuba de Fidel… Pero de todos tus recuerdos, ninguno como ver amanecer, paseando entre los pinos que desafían la gravedad en los acantilados de Santa Cristina, esa playa escondida justo al lado de Lloret donde te diste el «sí, quiero» al único amor que de verdad has tenido.
Has vivido tiempos extraños, en los que los colegios incentivaban a los niños a regalar para el día del padre ceniceros de barro y estuches de madera de balsa para guardar tabaco. Y en mis dibujos, siempre dedicados con amor, tu eterno pitillo en los labios, bajo ese bigotito también imperecedero, y en una mano, el cubata de ron. Recuerdo como desconfiabas de los ordenadores, pero, casi por obligación, entraste en el mundo tecnológico del que mamá siempre renegó: primero el fax, luego el móvil y ahora hasta wasap. Y si nos hubieran concedido más tiempo, habrías terminado con Facebook, Twitter e Instagram… Y tus tomates… ¡Qué decir de esos tomates que cultivabas y eran la envidia de media Mas Altaba! Y tras una mala salud de hierro, como dice la canción, hace tres años las fuerzas te empezaron a fallar. Creo que todo vino, en realidad, cuando te arrancaron por sorpresa un pedacito de corazón que al Más Allá fue a parar y, como fichas de dominó, todo se empezó a derrumbar. Al fin ha llegado el momento propicio: tu hígado convertido en una pelotita de papel de fumar y el mundo sumido en una locura por una pandemia que nadie sabe cómo controlar. «Hasta aquí hemos llegado», has debido pensar, y sabiendo que dejas a tu hijo en un gran momento de felicidad, has despreciado ese tópico de que «l Cielo puede esperar». Porque puede que el Cielo no tenga prisa por llevarte, ni tú por llegar a él, pero hay alguien que sí te espera y ese encuentro compensa cualquier sufrimiento que hayas podido tener. En breve, mamá y tú estaréis juntos, y aunque derrame miles de lágrimas por ti, en el fondo estoy contento por ese encuentro e incluso siento un puntito de envidia. Dile, por favor, que alguna noche me venga a ver.
Atrás dejas amigos, hermanos y familiares, compañeros de trabajo, una exnuera que se niega a olvidarte, una nueva nuera que te quiere hasta dolerle, y un futuro que donde habrá quienes sin llegar a conocerte en persona también te sabrán querer. Escucho tu respiración mientras escribo estas líneas, tomo tu mano fría y me pregunto si sigues ahí, si todavía estás a mi lado o si ya te has ido con ella, dejando atrás sólo un cuerpo marchito al que podamos velar. ¿Será como imaginamos, con una luz al final del túnel y mamá esperándote en la entrada, para tomarte de la mano y guiarte el resto del camino? Vosotros, que habéis sido viajeros incansables, debéis realizar este último y maravilloso viaje juntos. Y me consuela saber que al fin os vais a encontrar. Es más fácil imaginar un Barça sin Messi que una vida sin ti, pero debo (todos debemos) aprender a hacerlo y recordar que ahora estás en un lugar mejor.
La pavesa en la que te has convertido vuela hacia el firmamento, cada vez más intangible, destinada a convertirse en un puntito de ceniza sin más. Pero en nuestro recuerdo, en nuestro corazón y en todo lo que nos supiste regalar, tu fuego sigue por siempre encendido.
Y algún día cercano en alguna otra boda, seguro que alguien de nuevo gritará lo de «Viva Benito».
Te quiero, papá. Todos te queremos. Feliz viaje…
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