miércoles, 27 de diciembre de 2017

UNA VIDA A LO GRANDE: grandes aspiraciones, pequeños resultados

Alexander Payne siempre se ha caracterizado por hacer films intimistas, pequeños en su puesta en escena pero ambiciosos en su propuesta argumental, capaces de invitar a la reflexión y de arañar nuestros sentimientos. Y su última película, Nebraska, fechada hace ya cuatro años, filmada en un amargo blanco y negro, es buena muestra de ello. Por ello, Una vida a lo grande es su apuesta más arriesgada y lujosa, una producción de grandes miras con tintes de ciencia ficción moralista al servicio de la historia más que de los efectos visuales.
Sin embargo, es tanto lo que Payne quiere abarcar en esta nueva peripecia visual que el resultado final resulta confuso y deshilachado, puede que por no decidir con claridad el mensaje por el que quiere apostar o por esa indecisión entre comedia y drama que queda finalmente entre dos aguas. Al final, queda la sensación de que hay una sucesión de acciones sin demasiada consistencia, como si Payne se hubiese olvidado de estructurar su guion en los inevitables tres actos de rigor, lo que provoca momentos de aburrimiento y una sensación de que la película es más larga de lo que en realidad es.
Matt Damon interpreta a un hombre corriente convencido de que está destinado a algo grande. Cuando unos científicos noruegos descubren la manera de reducir la masa orgánica de los seres vivos de manera que pueden construir comunidades reducidas con las que combatir los problemas consecuentes de la superpoblación, este decidirá apuntarse a esa nueva vida junto a su amada esposa.
Existen en este punto diversos toques de agradable ironía, como el contrapunto entre las intenciones teóricas de los voluntarios de ayudar a salvar a la humanidad y la realidad, que al convertirse en “pequeños” ven su patrimonio exponencialmente aumentado, de manera que es posible vivir una vida de lujo sin tener que preocuparse por trabajar en esas nuevas comunidades idílicas.
A partir de aquí, sin embargo, la película se embarrunta, apuntando interesantes ideas (los pícaros que trafican con productos gigantes) aunque con un mensaje muy previsible, que el ser humano es decadente por naturaleza y que toda sociedad, por idílica que sea, terminará por corromperse por sí misma. Sin embargo, Payne no se conforma con ello y la película se pierde definitivamente cuando los personajes salen de la utópica comunidad.
Payne no busca hacer una película realista, sino metafórica, pero ello no es condición para abandonar todo realismo posible. Renunciar a hacer una película de aventuras no implica que el medir apenas unos centímetros de altura no conlleve unos riesgos, y que esta especie de “increíble hombre menguante” pueda campar por sus anchas por el mundo exterior sin sensación alguna de peligro obliga a una suspensión de la credibilidad tal que, a esas alturas de película, invita a desconectar con ella.
Más pretenciosa que efectiva, con grandes parrafadas cargadas de supuesto transcendentalismo, erráticamente cómica y con demasiados mensajes políticos, sociales y ecológicos sobre los que se profundiza mal, Una vida a lo grande arranca muy bien para naufragar en un absurdo que terminó por aburrirme y decepcionarme.

Valoración: Cuatro sobre diez.

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