Existen
dos Woody Allen diferentes, por más que en ocasiones uno se entremezcle con el
otro: el cómico y el dramático. En los últimos años el cómico parece haberse
difuminado poco a poco, haciendo que esos inteligentes diálogos del neoyorquino
sean cada vez menos divertidos, aunque fue Blue Jasmine la película más amarga del autor en los últimos tiempos.
Con
un paralelismo innegable con aquella, Wonder Wheel es tan amarga o más, siendo también un relato de perdedores, de tipos
abocados al fracaso y a la autodestrucción, que buscan una felicidad
inexistente a base de engañarse a ellos mismos y a sus propias convicciones. Son,
en fin, personajes mezquinos, egoístas, alcohólicos o vanidosos, pero también
personajes de lo que uno es capaz de enamorarse sin poder evitarlo.
Mickey,
un aspirante a dramaturgo, es un socorrista de playa en una playa donde nunca
se ahoga nadie. Él hace de narrador de la historia, incapaz de asumir, desde la
misma presentación, los propios fantasmas que lo atormentan. Ginny es una antigua
aspirante a actriz que ha visto como la vida le ha pasado de largo, madre de un
hijo pirómano y casada con un borracho que, a la postre, ha sido su salvador.
Humpty no es nadie. No tiene aspiraciones. Maneja un Tío Vivo en Coney Island y
sale a pescar con sus amigos. Solo el regreso de una hija a la que no veía
desde hace cinco años le devuelve la alegría. Carolina es una chica marcada, apenas
una niña que huyo de casa para casarse con un mafioso y a la que han puesto
precio por su cabeza.
Estos
cuatro personajes, como en una tragicomedia griega, cruzan sus caminos hacia
una irremediable perdición a la sombra de la noria Wonder Wheel, una de las
atracciones más características de Coney Island, que ilumina de rojo y azul el
interior del hogar de Ginny y Humpty, y que sirve de magnífica metáfora sobre
las vueltas que da la vida, generalmente para terminar en el mismo punto de partida.
Ambientada en los años cincuenta, Coney Island sirve también como representación
de la decadencia humana, tal y como se encontraba la popular zona turística
tras la decadencia a la que entró una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial.
Wonder Wheel es una de las mejores películas de Woody Allen,
desangelada y con un punto de sarcasmo que, al final, termina por dibujar una
tímida sonrisa en el rostro, como la utilización del niño pirómano, metáfora
del propio Allen arremetiendo contra sus propios miedos (sirva como ejemplo
cuando prende fuego a la consulta de la psiquiatra).
Con
cientos de guiños a otras películas, siendo el aroma de Tenessee Williams el
que más empapa la obra, se confirma aquí el cambio de estilo fílmico de Allen
que ya apuntaba en Café Society,
quizá influenciado por su nuevo director de fotografía, el reconocido Vittorio
Storaro, que consigue unos juegos de luces y unos movimientos de cámara que
dotan de cierta modernidad al habitualmente estilo plano y clasicista de Allen.
Los actores, como es habitual en trabajos del director, están sobresalientes
(me ha alegrado reencontrarme con Jim Belushi, al que tenía muy perdida la pista,
aunque siempre recordaré de aquellos años de Danko, calor rojo, o el Superagente
K9), siendo la escena del diálogo final entre Ginny y Mickey sencillamente brillante.
Un agotador enfrentamiento entre Kate Winslet y Justin Timberlake en un plano
sin cortes que es un verdadero prodigio.
Es
difícil si estamos ante uno de los mejores Allen, ya que en el nuevo siglo no
ha llegado a alcanzar la calidad de sus obras maestras, pero si no es así, poco
le faltará. La película emociona y desgarra. Y eso es lo que pretende el autor.
Retorcernos al ritmo del carrusel multicolor.
Valoración:
Ocho sobre diez.
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