Empezó el año (al menos en las pantallas españolas) con Ciudad de Estrellas (La la land) y lo terminamos con otro musical, The greatest showman. Con ello se completa un círculo en el que, para terminar de cerrar mejor el asunto, los autores de las piezas musicales son los mismos. Y solo por ello va a ser inevitable comparar ambas producciones.
No hay duda de que en el apartado visual Damien Chazelle es más adelantado que Michael Gracey, que debuta en la dirección con esta aparente biografía de P.T. Barnum. No esperen encontrar aquí imposibles planos secuencias ni la maestría que tenían algunas secuencias de la triste historia de amor entre el músico de jazz y la aspirante a actriz, pero ello no significa que no hayan lujosas y espectaculares coreografías y que, desde el punto de vista más formal, este sea un musical más redondo que La la land, donde habían demasiados momentos donde se echaba en falta más canciones. Además, aunque la presencia allí de Emma Stone era impagable, hay que reconocer que en cuanto a lo que carisma se refiere Ryan gosling no le llega a Hugh Jackman a la altura de los zapatos.
Jackman se mueve como pez en el agua en el terreno de los musicales, ya sea por su gran trabajo como presentador de los Oscars o por se de lo único salvable en aquella insípida y teatral adaptación de Los Miserables, y por ello solo los recovecos del guion (que dan una importancia bastante elevada a una subtrama romántica entre los personajes de Zac Efron y Zendaya) impiden que él solo se coma toda la película, eclipsando a todo lo demás.
The greatest showman dice ser un biopic de P.T. Barnum, pero ni se profundiza lo suficiente en su figura ni se ofrece una fidelidad extrema como para no reconocerlo como una simple excusa, una treta para hablar (como ya sucedía en The disaster Artist, también con Efron de secundario) sobre un hombre que persigue sus sueños y los límites que es capaz de cruzar para alcanzarlos.
The greatest showman tiene grandes nombres en su reparto, todos ellos capaces de brillar con luz propia (me quedé hipnotizado con la belleza y la voz de Rebecca Ferguson), aunque quizá Michelle Williams mereciera algo más de peso en la trama. Pero al final, por más que se quiera hablar de una especie de “ceniciento” que logra triunfar pese a sus humildes orígenes, aunque sea una oda a la integración y la igualdad sin importar razas o deformaciones, aunque sea una historia sobre el amor, la familia y la amistad, aunque los números musicales tengan magia y el espectáculo visual sea por momentos acaparador, nada logra al fin hacer sombra a Jackman.
El ya retirado Lobezno es el motor, para bien y para mal, de toda la historia, tal y como Barnum lo debía ser en su propio mundo, y solo por él ya valdría la pena pagar la entrada.
The greatest showman tiene sus deficiencias, no voy a negarlo, y quizá falta algo más de profundidad y reflexión en su sencilla historia, mucho más amable que la realidad que envolvía a Barnum, pero desprende un amor y un cariño por parte de todos sus realizadores (ahí está Bill Condon, autor de Chicago que este año ha arrasado como director de La bella y la bestia, colaborando en el guion; o James Mangold, amigo personal de Jackman y director de Logan, como productor), y es, en resumen, un gran espectáculo musical, un ejemplo de locura y maravilloso caos donde todo es posible y la magia es tan real como los gigantes, los enanos, las mujeres barbudas y otros encantadores engendros.
Valoración: Ocho sobre diez.
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