El abuelo que saltó por la ventana y se
largó es una comedia con tintes
bastante negros que llega a nuestro país
avalada por el gran éxito de crítica y público en su país natal, Suecia, y sin
más referentes que un simpático y algo explicito tráiler, ya que ni el director
ni los protagonistas han protagonizado nada relevante más allá de sus propias
fronteras.
Basada
en la novela de Jonas Jonasson de gran éxito, cuenta la increíble historia de
Allan Karlsson, un anciano que el mismo día que cumple los cien años decide
huir de la residencia donde reside mientras repasa mentalmente toda su vida, de
manera que nos vamos a encontrar con dos historias paralelas en dos líneas
temporales diferentes.
Lo
que a priori parece una simpática fábula sobre los años dorados de un longevo
sueco toma rápidamente unos tintes bien negros cuando descubrimos la obsesión,
ya desde niño, de Allan por los explosivos y toda la ternura y complicidad
hacia la tercera edad que pudiéramos esperar del film se difuminan por
completa, dejándonos perplejos y sin capacidad de reacción.
No
voy a protestar por encontrarme ante una película diferente a la que me
esperaba (eso siempre es más culpa del espectador que del realizador), pero sí
algo decepcionado ante una historia demasiado irregular que parte de la base de
que hay un tipo casi omnipresente que en ningún momento se esfuerza por
provocar el más mínimo ápice de empatía. Allan es un psicópata, borracho y
egoísta de principio a fin, y eso es algo que me cuesta perdonarle al
protagonista de una película, más cuando todo (desde su pequeña historia
particular hasta la historia de toda la humanidad) gira alrededor suyo.
Afortunadamente, el surrealismo de sus aventuras y el cuarteto con el que
acabará formando equipo en el presente compensan esas carencias de simpatía y
permiten disfrutar la película como lo que es, una comedia negra absurda y con
tendencia al slastic.
No
cabe duda de que se trata de una ambiciosa apuesta a nivel visual (contiene múltiples
explosiones, diversos decorados ambientados en otras épocas y hasta la
presencia de un submarino nuclear ruso), pero no a nivel argumental, donde
renuncia a toda muestra de credibilidad en favor del “más increíble todavía”.
Así, tanto la película como la novela en que se basa, debe su existencia sin rubor alguno al Forrest Gump de Robert Zemeckis, ya que a lo largo de su vida Allan, como Forrest, será testigo (cuando no partícipe directo) de diversos momentos históricos claves para nuestra sociedad, lo que lo llevará a conocer a personajes tan dispares como Franco, Truman, Stalin, Gorvachev o Regan, siendo parte vital del proyecto Manhattan, contemplando la caída del muro de Berlín o teniendo activa participación en la Guerra Fría. Y Allan, como Forrest, pasará por todos esos hechos como quien no quiere la cosa, casi sin ser consciente de ello.
Así, tanto la película como la novela en que se basa, debe su existencia sin rubor alguno al Forrest Gump de Robert Zemeckis, ya que a lo largo de su vida Allan, como Forrest, será testigo (cuando no partícipe directo) de diversos momentos históricos claves para nuestra sociedad, lo que lo llevará a conocer a personajes tan dispares como Franco, Truman, Stalin, Gorvachev o Regan, siendo parte vital del proyecto Manhattan, contemplando la caída del muro de Berlín o teniendo activa participación en la Guerra Fría. Y Allan, como Forrest, pasará por todos esos hechos como quien no quiere la cosa, casi sin ser consciente de ello.
Por
otro lado, en su historia en el presente el robo absurdo e injustificado de una
maleta repleta de dinero le hará ser objetivo tanto de la policía como de una
banda de moteros en la que se supone debemos encontrar la metáfora que de
sentido al film y nos demuestre lo poderosamente deseoso de vivir que tiene el anciano
protagonista.
No
sirve este título, pues, para reflexionar sobre los estragos de la edad ni como
metáfora de una sociedad empeñada en destruirse a sí misma (por más que sea lo
que pretenda) pero sí es un buen divertimento que entretiene capaz de mostrar
momentos de gran brillantez que elevan la calidad de la historia para a continuación
desinflarse completamente con el absurdo más espantoso.
Distraída
y esporádicamente inspirada, no está a la altura de lo que se le presume, y el
hecho de contar con un mismo actor para interpretar a Allan Karlsson no ayuda
demasiado, pareciendo su maquillaje en toda la parte en la que es centenario
como salido de Muchachada Nui.
La
película, que sube en intensidad a medida que avanza la acción para caer estrepitosamente
en su tramo final (ridícula la policía sueca y más ridículo –y repetitivo- el
final con el mafioso), intenta enamorar, consiguiéndolo por momentos. Su
protagonista, ni lo intenta ni lo consigue.
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