El
amor… Ese misterioso sentimiento que une dos almas durante… ¿días?, ¿meses?, ¿años?
¿Quizá toda la eternidad?
Ese
es el punto de partida de la nueva obra de Jim Jarmusch, la posibilidad de que
el amor pueda ser realmente eterno, superar el paso de los años (y de los
siglos) y ser capaz de sobrevivir por encima de todo.
Adam
y Eve son un matrimonio de vampiros que se aman por encima de todo. Sin
embargo, esta no es una película de vampiros, y quien acuda a ella esperando
ver sangre y violencia se llevará una gran decepción, aunque hay quien puede
ver aquí el reverso retorcido y brillante de Crepúsculo. Pero Sólo los amantes
sobreviven es, sobre todo, una película de Jim Jarmusch, con todo lo bueno y
malo que ello conlleva. Aquí están todos sus tics, sus manías y sus fobias, y
es evidente que no se trata de una producción adecuada para todos los gustos.
Semejante
en cuanto a simbología a la Byzantium de Neil Jordan, aunque mucho más onírica
y poética, Sólo los amantes sobreviven comienza con una primera mitad lenta,
plagada de imágenes imposibles, de sonidos escrupulosamente calculados, con Tom
Hiddleston y Tilda Swinton casi como únicos protagonistas, llevando todo el
peso de la narración y mostrando unas interpretaciones tan brillantes como
comedidas. Cierto es que la melancolía triste y lánguida que propone Jarmusch
casi puede resultar insoportable y excesiva, pero la aparición de la hermana de
Eve, Ava (Mia Wasikowska) introduce un elemento discordante que rompe la
apacible vida de los no muertos y los precipita hacia una lucha por la
supervivencia casi agónica.
Con
Anton Yelchin y John Hurt como secundarios de lujo, Sólo los amantes sobreviven es hermosa, apasionada, visualmente hipnótica
y necesariamente dolorosa.
Jarmusch
en estado puro.
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