Después
de la exitosa Ted, que con apenas
cuatro duros arrasó en taquilla convirtiéndose en uno de los éxitos sorpresa
del 2012, todas las miradas estaban atentas a ver cuál era el próximo paso de
Seth MacFarlane, el nuevo niño mimado de Hollywood que ha triunfado en
televisión con Padre de familia y American dad, ha sido monologuista, compositor
y cantante musical e incluso ha presentado una gala de los Oscars.
Con
semejante currículo estaba claro que el cine debía ser su máxima ambición, así
que se atrevió a arriesgar y apostar por un género claramente marginal en
nuestros tiempos como es el western, cuyas únicas representaciones en los
últimos tiempos (si dejamos de lado títulos de corte más intimista) estarían en
Valor de ley, de los hermanos Coen y El llanero Solitario, de Gore Verbinski,
y ninguna de las dos fueron verdaderos fenómenos en taquilla.
En
Mil maneras de morder el polvo
MacFarlane, además de ridiculizar y exprimir al máximo todos los tópicos del
género trata también de homenajearlo, estando ahí lo mejor del film, con
escenas que nos retrotraen a los grandes clásicos y una intensa banda sonora
que bebe del mejor Morricone, Berstein y compañía. Para ello, el director de Connecticut
ha tirado de agenda y ha conseguido reunir a grandes nombres del cine actual,
destacando una deslumbrante CharlizeTheron, un Liam Neeson de fuerte presencia
y una Amanda Seyfried acostumbrada a lidiar con grandes estrellas sin dejarse
amedrentar. Y no debemos olvidar el buen aporte de algunos secundarios, como
Giovanni Ribisi, Sarah Silverman o el cada vez más activo Neil Patrick Harris
tratando de desprenderse sin conseguirlo demasiado de su Barnie de ¿Cómo conocí a vuestra madre? El
problema, sin embargo, está en que el ego de MacFarlane parece haber crecido
tanto que decide reservarse también el papel de protagonista absoluto de la
obra, no estando su talento interpretativo a la altura de las circunstancias y
tratando de cargar sin conseguirlo con el peso de una historia que se desmorona
a su paso.
Albert
es un ovejero bastante cafre que se conforma con su vida sencilla junto a sus
amigos Edward y Ruth y el gran amor de su vida, Louise. Pero cuando Louise se
da cuenta de que es un donnadie y que nunca dejará de serlo decide romper con
él y cambiarlo por el exitoso propietario de una tienda de artículos para bigotes,
Foy. La vida de Albert se desmorona entonces más de lo habitual y solo la aparición
de la atractiva pero dura Anna dará un toque de luz a su amarga existencia. Lo
que nadie imagina es que Anna es también la esposa del peligroso ladrón y
asesino Clinch Leatherwood.
Como
verán, no es que el argumento sea nada del otro mundo, y desde el primer
momento se adivina que la historia de una chica atractiva ayudando al protagonista
a ser más hombre para acabar seduciendo a la dueña de sus sueños que lo
desprecia y ningunea sólo puede acabar con el amor entre ambos. Lo importante
de verdad es la sucesión de chistes, a cual más gamberro que campan por sus
anchas por la película. Unos chistes que van de lo zafio a lo puramente
escatológico y que si bien en algunos casos consiguen fácilmente la carcajada
en otros son demasiado desagradables como para aplaudir el ingenio de
MacFarlane, que hecha por la borda cualquier momento de inspiración anterior
cuando se deja llevar por sus propios tics.
Siendo
justo, son más los chistes correctos (algunos incluso brillantes) que los
escatológicos, pero estos segundos tienen una fuerza y contundencia tal que al
final se conservan en la memoria por encima del resto, haciéndonos pensar que
la película parece peor de lo que en realidad es. Además, la presencia del
propio MacFarlane hace que el humor visual quede en segundo plano ante un uso y
abuso de diálogos para su mayor lucimiento, con lo que cas nos encontramos con
una sucesión de monólogos que terminan por cansar.
Aciertos
y despropósitos a partes iguales, lo mejor es el retrato realista que se ofrece
de la época (mucho menos limpia y glamurosa de lo que Gary Cooper y compañía nos
querían hacer creer), sucia y cruel. Y, como en Ted, las dos escenas más
aplaudidas y recordadas serán las correspondientes a los cameos (la aparición
de Flash Gordon en aquella es sustituida por dos inesperados protagonistas de
westerns), que lamentablemente pierden fuerza al haber sido publicitados con anterioridad
en diversos medios (y hablo también de revistas especializadas, que no siempre
es todo culpa de Internet) y que, por supuesto, no voy a revelar aquí. Nos
quedamos así con la reflexión con la que Albert describe al Salvaje Oeste y con
algunos momentos especialmente inspirados como los padres de Albert, la coña
con las fotografías, etc. Claro que los mejores chistes son, como es habitual,
los que ya se ven en el tráiler.
Irregular
en su ritmo y para paladares poco sensibles, la película divierte y entretiene,
pero deja con una amarga sensación de que se ha perdido la oportunidad de
ofrecer una gran comedia, de la que se queda sólo a las puertas.
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