Que el principal reclamo de esta película sea que Quentin Tarantino la haya
definido como la mejor del año tiene supone tanto un punto a favor como en
contra. No es de extrañar que al autor de Pulp
Fiction le haya apasionado una historia que está claramente influenciada por su cine y que es a la vez
heredera y homenajeadora de los retazos más negros y enfermizos del director de
Tennessee.
Big bad wolves arranca con el secuestro
de una niña y la posterior investigación y acoso policial sobre el único
sospechoso, un reconocido pedófilo presuntamente reformado. Pese a la seriedad
del tema, los realizadores Aharon Kershales y Navot Papushado apuestan por el
humor negro para contarnos una historia
de venganza repleta de sangre y torturas que podría ser la versión gamberra e
insana de la estupenda Prisioneros de
Denis Villeneuve.
Si valoramos la película como lo que realmente es, una pequeña producción israelí
sin más pretensiones que la de hacernos pasar un mal rato invitándonos a
disfrutar del morboso, deleite de ver sufrir a alguien (luego ya se verá si
merecidamente o no), la apuesta es sin duda interesante y atractiva, destacando
sobretodo la escena inicial (la del secuestro), excelentemente bien filmada y
cargada de belleza y poesía, pero si nos dejamos llevar por el hype levantado
por el señor Tarantino (y que, no nos engañemos, es lo que ha facilitado su estreno
internacional en salas comerciales), la cosa ya se desinfla un poco,
haciéndonos ver que se queda a medio camino en todas sus propuestas, sin ser
tan enfermiza como, por ejemplo, Hostel,
ni tan gamberra como el cine de los Coen ni tan dura como la mencionada Prisioneros.
No dudo que a Tarantino le haya gustado, pero si hubiese sido él el
director estaríamos de acuerdo en que sería su película más floja.
Interesante y entretenida no arriesga más de la cuenta y no debemos esperar
de ella más de lo que es, una broma de mal gusto con algún momento aislado
ciertamente inspirado.
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