viernes, 4 de julio de 2014

UNA NOCHE EN EL NUEVO MÉXICO * (6d10)

Habría resultado difícil adivinar que cuando Robert Duvall se entusiasmó con el guion de Bill Wittliff y se empeñó en protagonizar la película iba a ser el polifacético Emilio Aragón el encargado de dirigirla. Así, el salto a Hollywood del antiguo "payaso de la tele" tras el buen sabor de boca que dejó su debut con Pájaros de papel le supone todo un desafío, para el que decide rodearse de amigos de confianza como Luis Tosar y Javier Gutiérrez en un breve cameo, aunque todo el peso de la acción recae en el triángulo formado por Angie Cepeda, Jeremy Irvine y, por supuesto, Duvall.
Una noche en el viejo México arranca con dos historias condenadas a entremezclarse, la reunión de un anciano vaquero con un nieto al que no conocía (una historia que recuerda ligeramente en las formas a El secreto de los McCann, con el propio Duvall como cabeza de cartel) y el destino de una importante cantidad de dinero proveniente del narcotráfico que va cambiando continuamente de manos.
Con una clara inspiración en la América de Cormac McCarthy, Aragón acierta en el retrato del viejo y cabezota vaquero que se niega a aceptar que se encuentra en el ocaso de su vida y que ve en su nieto una oportunidad de redención a la vez que la adhesión al grupo de la cantante Patty Wafers le da un soplo de vitalidad,  pero pierde fuelle con la parte más negra de la historia, con una dirección efectiva pero plana y un ritmo narrativo que quiere parecerse a los hermanos Coen pero no lo consigue.
Cargada de arquetipos, la película funciona si no se le exige demasiado, si se acepta como una melancólica mirada a una América crepuscular, tierna a la vez que desangelada.
Emilio Aragón sale airoso de su aventura, pero carece aún de la fuerza y la confianza que solo la experiencia puede aportar. Con todo, su apuesta, a la que se le agradecería algo de riesgo visual, es interesante y atractiva. Solo el joven Irvine desentona en su justita interpretación.

Y si con ello no nos basta. Valga con recordar al gran, magnífico e inconmensurable Robert Duvall, cuya simple presencia ya justifica el visionado de cualquier película.

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