Creada
para el formato televisivo con más de un centenar de cortometrajes en su haber,
La oveja Shaun es la nueva incursión
en cine de la compañía Aardman, aquella que ya nos deslumbró con Rebelión en la granja y Wallace & Gromit, y que continúa
apostando por el laborioso trabajo del stop-motion con figuras de plastilina
como base para la animación.
La
historia, sin ser nada del otro mundo, es simpática y con ligeros toques de
crónica social, partiendo de un grupo de ovejas que, hastiadas de estar
condenada a un estricto horario, traman un plan (encabezadas por la ingeniosa y
algo traviesa Shaun) para conseguir tener un día libre y sin el control del
Granjero y de Bitzer, el perro. Pero los planes no siempre salen bien y Shaun y
sus amigos terminan viviendo una increíble aventura en la gran ciudad a la que
acuden en rescate del Granjero y donde sus propias vidas correrán un grave
peligro.
Bajo
estos varemos, la película, que sortea sin problemas la (a priori) dificultad
de conseguir atrapar sin necesidad de diálogos, es una sucesión de gags tan
afortunados como simples que con seguirá hacer las delicias del público
infantil sin menospreciar por ello a los adultos que se acerquen a ella con
curiosidad.
Poco
más se podría decir de entrada para analizar una muy correcta y divertida
fábula (sin ser por ello la mejor pieza de los chicos de Aardman) si no fuese
por la insistencia en otros medios de definirla como una obra de extrema
inteligencia destinada más al público adulto que al infantil. Y a partir de
ello quiero hacer una pequeña reflexión sobre el tema.
¡Basta
ya de disfrazar las películas para niños de obras maduras y reflexivas o de
pretender que sean los mayores el público objetivo de las mismas! La oveja Shaun es una película para
niños, y quien diga lo contrario, simplemente, miente.
Otra cosa es que dentro
del cine infantil hayan películas estúpidamente simplistas (como puedan ser los
casos de Stand by me: Doraemon o Ant-boy) que puedan provocar urticaria y
ansiedad crónica a los pobres padres que tengan la obligación de sufrirlas,
mientras que otros títulos tienen una calidad técnica y de guion que pueden
entretener, e incluso gustar, a un público más variado. Y luego hay un tercer
grupo de películas infantiles llenas de referencias directas para adultos, ya
sea en forma de profundidad reflexiva, como en los momentos más inspirados de
Pixar, o por gags difíciles de comprender por un niño, como en los buenos
tiempos de Dreamworks, pero que, insisto, siguen siendo películas infantiles.
Así que dejémonos ya de milongas y de hablar de películas de dibujos que son
más para mayores que para niños (que las hay, pero esa ya es otra liga, como
los anime tipo Akira o El despertar de los titanes) que son en
realidad una excusa para justificar (como si hiciese falta hacerlo) que un
mayor pueda pasarlo bien con determinados títulos.
La oveja Shaun es, en fin, una película decididamente infantil. Que
puede gustar a todo tipo de público, perfecto, pero cuyo objetivo es provocar
las carcajadas de los más pequeños con el loable propósito de no tratarlos como
si por ser de poca edad fuesen también de escasa inteligencia.
La oveja Shaun es tronchante, dinámica, imaginativa y visualmente
espectacular, pero no llega a ser una joya de la animación con aspiraciones a
convertirse en un clásico inmortal porque, para empezar, ni siquiera lo busca.
Animación
de calidad y bien hecha. No tiene más. Tampoco menos. Y si un adulto tiene
tentaciones de verla, que lo haga. No es necesario justificarse por ello. Ni
mucho menos avergonzarse.
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