Aunque
hace unos años su nombre fuese sinónimo de grandeza y éxito, Will Smith lleva
un tiempo vagando entre la mediocridad y el desconcierto, quizá demasiado
pendiente en convertirse en un actor serio o distraído intentando inventarle
una carrera artística a su niñito hasta el punto de olvidarse de la suya.
Tras
haber entrado por la puerta grande en el mundo del cine (tras su fulgurante
fama como icono televisivo en los noventa) combinando con acierto el humor y la
acción de éxitos descomunales como Men in
Black y su secuela, Independence day
o Dos policías rebeldes (y algún patinazo
perdonable, como el de Wild wild west)
su buen hacer en trabajos más serios como La
leyenda de Bagger Vance o Ali le
tentaron a reinventar su carrera y dotar a sus personajes de un trasfondo
atribulado y reflexivo que hacia cierta gracia al principio (Yo, robot o Soy leyenda) pero que rozaban la pretenciosidad con ese deje de
amargura y tristeza que reflejaba en En
busca de la felicidad (primer intento serio de “enchufar” a su insoportable
hijo Jaden) o Siete Almas, en las
antípodas de su añorado papel en El
príncipe de Bel Air.
Su
primer intento de reconducir su camino se produjo con Hancock y el regreso a la saga de Men in black, pero el daño ya estaba hecho y la sombra del héroe amargado
y oscuro se había apoderado de él, alcanzando cotas de verdadera ridiculez en
la insufrible After Earth.
Tras
el último varapalo, Smith estaba obligado a dar un nuevo giro, regresando a la
comedia festiva y lujosa que tan bien le funcionó en Hitch, especialista en ligues, que es una de las referencias que
uno encuentra al ver Focus, aparte de
la evidente amalgama entre títulos como El
golpe u Ocean’s Eleven.
Dirigida
por Glenn Ficarra y John Requa, firmantes también del guion (ambos estaba ya
tras la aceptable Philip Morris ¡te
quiero! y la excelente Crazy, Stupid,
Love), Focus es una tontería bien
filmada, visualmente elegante, simplemente divertida y completamente vacía. Las
aventuras de un grupito de timadores sin el carisma de la alegre pandilla de
George Clooney (y que ni por asomo se acerca al dueto Redford/Newman) se
deshace como un azucarillo en el agua cuando un incomprensible cambio de rumbo
transforma la película en una pantomima romántica carente de credibilidad, a la
que no ayuda para nada los torpes giros argumentales con los que Ficarra y
Requa pretenden animar el espectáculo engañando al espectador y que resultan
tan previsibles que son de vergüenza ajena.
Sin
hacer una mala interpretación, Smith demuestra que ha perdido todo signo de
carisma y magnetismo que le hiciera brillar en su juventud, y que sin un buen
guion como apoyo su presencia no es suficiente para mantener en pie una
película que malvive prácticamente gracias a la belleza de Margot Robbie, la
única que sale airosa del invento y que tras su arrebatadora presencia en El lobo de Wall Street, tiene un
prometedor futuro por delante (aunque su mayor prueba de fuego será volver a
coincidir en breve con Smith).
La
película no llega a aburrir, por más que resulte exageradamente previsible,
pero es como ese truco de prestidigitación en el que el mago hace una gran
puesta en escena, con una atractiva ayudante y divertida palabrería, pero al
que se le ve el truco a leguas.
Will
Smith no comienza por el buen camino su segunda etapa de redención, y así se lo
ha hecho saber la taquilla. El futuro le aguarda una peli de DC (así no hay
quien le quite la amargura de encima) y, tras renunciar a aparecer en la
secuela de Independence day (aunque
tras los palos que se está llevando por Focus
ya veremos si no cambia de idea), su retorno a la saga de Dos policías rebeldes y (Dios nos coja confesados) ese extraño
experimento que pretende unir a los personajes de Men in black con los de Infiltrados
en Clase.
Ay,
Willyto mío, ¡quién te ha visto y quién te ve…!
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