Pequeña
joya a reivindicar que debería ser de visionado obligado a todas aquellas
parejas que están a punto de tramitar una separación o, incluso ¡qué caray! a
todas aquellas que están a punto de iniciarla, para que empiecen a pensar en
las consecuencias de sus actos.
Susanna
es una madura cantante de rock que no quiere renunciar a su vida artística.
Beale es un hombre de negocios constantemente de viaje. No deberían tener nada
en común, así que su relación está condenada al fracaso. Lo malo es que sí
tienen una cosa en común: Maisie, una niña que será triste testigo de las cada
vez más desagradables peleas entre sus padres y se convertirá en objeto de
disputa cuando al fin llegue la inevitable separación. Pero ello no le dará tranquilidad
ni estabilidad, ni mucho menos. Las disputas continúan en los tribunales por
conseguir la custodia y, de paso, machacar al contrario. Sin embargo, en ningún
momento se plantean ninguno de los dos egoístas padres qué es lo que la pequeña
Maisie desea.
Dura
y desgarradora por momentos (debido más a lo desgraciadamente cotidiana que es
esa situación que a la propia dureza de sus escenas) aunque hábilmente
aderezada con toques de humor y ternura que permiten visualizarla con una
sonrisa en la cara y una imperiosa necesidad de acoger a Maisie, víctima de una
sociedad egoísta y unos padres más dados a destruir que apoyar.
Con
unos Steve Cogan y Julianne Moore tan geniales como odiables, completan la
función Joanna Vanderham y Alexander Skargârd, interpretando la primera a
Margo, la guapa niñera de Maisie que terminará teniendo una relación con el
padre, y el segundo a Lincoln, el nuevo novio de la madre, dos personajes en
apariencia ajenos a la vida de la niña y que terminarán siendo su vía de
escape.
Scott
McGehee y David Siegel demuestran saber cooperar más que los protagonistas de
la película y dirigen a cuatro manos una historia sencilla y agria que puede
apretar el corazón a más de uno y que lanza una alarma ante una situación
demasiado recurrente en nuestros días.
Quizá
el único pero es que en un intento de agradar más que dañar la película deriva
en una resolución final que, por más que es la que el espectador desea desde
que se plantean todas las subtramas, resulta demasiado forzada e irreal.
La
vida, desgraciadamente, no es tan generosa. Aunque tampoco es malo imaginar que
sí lo es, ¿no?
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