Tuve
hace años un profesor de guion que me decía que las películas de lucha tenían
el mismo esquema del cine pornográfico. Aparece una gente y… pelea (o sexo). Dicen
algo y… pelea (o sexo). Ocurre algo intrascendente y… pelea (o sexo). Y así
hasta el final.
Esta
sería una buena definición de The
Grandmaster, la supuesta biografía de Ip Man, maestro de Kung Fu que
terminó ilustrando al mismísimo Bruce Lee (el cual, por cierto, no aparece en
el film).
Esa
es la excusa para machacarnos visualmente con una interminable multitud de peleas
muy bien coreografiadas y con una estética hermosa e impecable pero a la postre
agotadoras que evaden al espectador medio de la historia (y cuyos saltos en el
tiempo no ayudan demasiado, que digamos), provocando que nos perdamos en sus
ramificaciones o que, simplemente, nos importe un pepino lo que les pase a los
protagonistas.
Siempre
he defendido que para que una película pueda ser considerada buena debe ser
accesible para todo tipo de público, no solo para el incondicional del género,
sea un western, un drama o una comedia. Según mi teoría, dudo que nadie que sea
un apasionado de las artes marciales sienta el menor interés por esta historia
repleta de acrobacias imposibles y sentencias sacadas de galletitas de la
suerte que no me seducen en ningún momento.
Pese
a contar con grandes actores de su país, The
Grandmaster fracasa a la hora de traspasar fronteras, siendo un simple
álbum de bonitas fotografías y poco más.
No
conocía la historia de Ip Man. Después de ver la película, sigo sin conocerla.
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