Se
esperaba con muchas ganas el último coletazo de los Oscars de este año, con
tres estatuillas en la saca y dos de ellos de los gordos, a los actores. Pero
una vez vista la sensación que queda es de decepción. Decepción porque ni es
tan buena película (de hecho no alcanzo a comprender que estuviese nominada a
mejor film) ni las interpretaciones de sus actores son tan majestuosas. No está
Matthew McConaughey a la altura del DiCaprio de El lobo de Wall Street, pero –si apuramos- tampoco está a la altura
del propio McConaughey de la susodicha película. Tanto es así que son muchas
las voces que acusan a la academia de o haber visto esta película y haber
votado por McConaughey debido a su excelente trabajo en la serie revelación de
la temporada: True Detective. Que
cada uno saque sus conclusiones.
Por
cierto, en El lobo de Wall Street,
película que retrataba fielmente una historia real, se refieren a Jordan
Belfort como un pez pequeño en el océano del mundo de la bolsa. Pues bien, el
Ron Woodroof al que da vida McConaughey en Dallas buyers club (también basada
en un personaje real, pero con muchas más licencias) podría ser la otra cara de
la misma moneda de Belfort, y su película una versión sucia y desagradable de
las andanzas del descontrolado brooker.
Woodroof
es un crápula del mundo de los rodeos, estafador de poca monta y mujeriego y
drogadicto por igual. Cuando se le detecta casi por accidente que está
infectado de SIDA –estamos en la época en que se pensaba que era una enfermedad
exclusiva de homosexuales- comienza a tratarse con AZT, pero la falta de
existencias y la poca esperanza de vida que le dan los médico le lleva a
traficar para conseguir dicho medicamento, terminando por experimentar con
alternativas más naturales y fundando un club que flirtea con la ilegalidad con
gracia, en el que sus socios pagan grandes sumas sólo por pertenecer al mismo
pero que a cambio reciben medicamentos contra el SIDA gratis.
No
voy a obviar las virtudes de la película, que las tiene, ni las buenas
interpretaciones (sobre todo destaca Jared Leto –curiosamente la parte de la
película que es ficción-, aunque Jennifer Garner también está bien) ni los
apuntes a crítica contra la industria farmacéutica que se echaba en falta en Efectos Secundarios de Sodelbergh,
aunque tampoco es que profundice demasiado en ello. El principal problema es que
el protagonista es un tipo bastante despreciable y, por más que su personaje
termina evolucionando mínimamente, no resulta fácil simpatizar con él,
provocando que nos de igual si vive o muere. Sólo su relación con Rayon (Leto)
ayuda a avanzar al personaje, pero un suceso que no voy a revelar ahora vuelve
a distanciarnos con él. Esa era una de las mayores virtudes de DiCaprio en su
interpretación de Belfort, que conseguía enamorarnos con un personaje a priori
digno de repudiar, y lo hacía además sin más arma que su talento y su carisma
(y ya me perdonaréis que reincida tanto en la comparativa entre estas dos
películas, pero sigo indignado con la ausencia de una estatuilla dorada para
Leo) mientras que el muy buen trabajo de McConaughey se ayuda demasiado de una
excelente caracterización aparte del impresionante cambio físico que el propio
actor ha perpetrado (muy meritorio, pero que nada debería tener que ver con su
valoración como actor), con ciertas semejanzas con Tom Hanks en Philadelphia o con las continuas (e
insanas) transformaciones de Christian Bale.
El
director canadiense Jean-Marc Vellée muestra buenas maderas, pero es quizá
demasiado inexperto para conseguir mantener el ritmo correcto, de manera que la
historia se alarga en exceso llegando a resultar aburrida en ciertos momentos,
mientras que se muestra ligeramente acomplejado a la hora de mostrar escenas de
sexo o de consumo de drogas tratando no ofender demasiado (algo que nunca ha
preocupado a genios como Scorsese o Tarantino), mientras que la dureza de la
historia que propone queda algo edulcorada por la carencia de mala leche (en
este sentido destaco el momento en que una chica con infectada va a darse de
alta como socia) que el personaje merece, coqueteando en ocasiones con la
amenaza de caer en el romance (un romance imposible, eso sí).
Con
detalles que pueden recordar también a Breaking
bad, Dallas buyer club es un buen
reflejo de una época con alternancias de drama y comedia, pero algo
floja y previsible para tantas alabanzas como ha recibido.
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