Estrenada en la semana previa a Halloween por Netflix, no ha sido hasta ahora que he terminado con la primera tanda de episodios de El gabinete de curiosidades, una serie antológica apadrinada por Guillermo del Toro que viene a ser una versión actualizada de clásicos como Historias desde la Cripta, Historias para no dormir, etc. Incluso copia de algunos de sus antecesores, como Alfred Hitchcock o Narciso Ibáñez Serrador, la presencia del propio Del Toro presentando cada uno de los episodios mediante un gabinete (de ahí el título) lleno de cajones secretos que, a la postre, resulta ser de lo mejor de la serie.
Pese
a la ausencia del director mexicano en tareas de realización, hay un elenco de
autores de primer nivel que representan lo más destacado, a la par que variado,
del panorama cinematográfico de terror actual, lo que ya de entrada es un buen
estímulo para ver esta serie. Desde un punto de vista estrictamente
cinematográfico, hay que reconocerle una puesta en escena impecable, con
potentes interpretaciones, una gran ambientación y vistosos efectos especiales
y de maquillaje para dar forma a pesadillas diversas que podrían tener un
denominador más o menos en común con la obra de Lovecraft (y posiblemente sea
lo más cercano que Del Toro vaya a estar de este autor tras el fiasco de su
proyecto sobre Las montañas de la locura).
Ahora
bien, consciente como soy del entusiasmo general que ha causado la serie, y
tras curiosear algunos rankings que
se han hecho por ahí en lo que los episodios que más me han aburrido son
algunos de los que más han gustado, debo considerar que la satisfacción que la
propuesta vaya a generar en el espectador va a depender más que nunca del gusto
y las expectativas de cada uno. A mi parecer, y entendiendo que toda serie
antológica cae obligatoriamente en una cierta irregularidad, la serie va de más
a menos, con algunos pasajes ciertamente estimulantes, como los que esconden
monstruos en trasteros de alquiler o morgues fantasmagóricas pero con otros que
me han parecido insufribles, desde el despropósito de Pan Cosmatos en un
episodio, el de La Visita, que me
parece directamente mal dirigido, hasta el aburrimiento que me provoca Jennifer
Kent en El murmullo, una oda al dolor
por la pérdida que no me ofrece nada nuevo y que bien podría aprender algo de
directores como Almenábar o Bayona.
En fin, una colección de cuentos que evoca a otra producción mucho más divertida del mejicano: Historias de miedo para contar en la oscuridad, que parece que ha entusiasmado mucho por ahí pero que a mí me ha producido sensaciones muy encontradas, cosa que ha provocado que haya tardado tanto en terminar la serie aunque, contradicciones mías, espere con ganas una segunda temporada. Y es que el proyecto es muy apetecible, por más que el resultado no haya sido todo lo redondo que a mí me habría gustado.
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