Es ya habitual acusar a Oriol Paulo de hacer un cine tramposo, demasiado recalzado en los trucos de guion, a menudo denominadores de un efectismo demasiado barato. Títulos como El Cuerpo, Contratiempo, Durante la tormenta o la miniserie El Inocente hacen gala de ello y Los renglones torcidos de Dios no es ninguna excepción.
Basada
en el ya clásico literario de Torcuato Luca de Tena, la película versa sobre el
clásico juego de las identidades dudosas, con una protagonista, la Alice a la
que da vida Bárbara Lennie, atrapada en un psiquiátrico y haciéndonos dudar en
todo momentos si lo que se nos cuenta es real o transcurre tan solo en su
mente. La excusa es la incursión de una
investigadora privada tratando de averiguar si la muerte de uno de los internos
fue un suicidio, como asegura el doctor Alvar (Eduard Fernández) o si tratan de
encubrir algo más turbio.
Paulo
se ha convertido ya en todo un experto en el juego, y con una dirección
impecable y un lenguaje cinematográfico envidiable, la película tiene un ritmo magnifico,
consiguiendo no aburrir en ningún momento pese a las más de dos horas y media
de duración. Sin embargo, pese a que se nota que se ha tirado la casa por la
ventana en la producción, algo no termina de funcionar del todo en su guion,
rechinando la adaptación por un exceso de trampas y despistes que parece querer
emular en parte al Shutter Island de
Scorsese pero fracasando a la hora de definir al elenco de secundarios para que
todo funcione como el engranaje del reloj que se supone debería ser esto.
Así,
tenemos un film interesante y que atrapa al espectador desde el primer momento,
pero que no permite segundas revisiones o reflexiones muy profundas. Diálogos
impostados, personajes desdibujados o situaciones imposibles de digerir son demasiadas
zancadillas para encumbrar una película que podría haber aspirado a mucho más,
pero que patina en esa coherencia interna que sólo la narrativa que se inventa
Orio Paulo impide descubrir en el momento del primer visionario.
Valoración:
Siete sobre diez.
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