El último intento de Netflix de conseguir una franquicia lucrativa para adolescente lo ha buscado en un guion original de David Guion y Michael Handelman, por más que se podría haber apostado (y perdido) a que había alguna saga infinita de novelas YA a sus espaldas. Pero no, todo esto de El país de los sueños es original (por decir algo) y una muestra más del poderío de la plataforma de streaming que ha lanzado la casa por la ventana con un diseño de producción espectacular y vinculando al cast unos nombres de campanillas, con Jason Momoa, Kyle Chandle o Chris O’Down dando réplica, a las órdenes de Francis Lawrence, a una desconocida pero eficiente Marlow Barkley.
Lawrence,
consagrado en este género gracias a su aportación a la saga de Los juegos del hambre (a la que va a
regresar en breve) podía haber aceptado El país de los sueños para olvidar el
regusto amargo que supuso su Gorrión Rojo,
pero tampoco es que estemos ante un gran trabajo de realización, siendo
perezoso en muchos momentos y no sabiendo esquivar las limitaciones (que las
hay, y se nota) de presupuesto para reflejar en pantalla la ambición que
propone el guion.
Quizá
con un poco más de mimo la historia habría funcionado muy bien como metáfora
sobre la pérdida y el dolor que supone llegar a aceptar la muerte de un ser
querido (algo de lo que hablaba, mucho mejor, El teléfono del señor Harrigan), pero las buenas intenciones se
pierden entre los derroteros de un correcalles onírico que toma demasiadas
cosas prestadas al Origen de Nolan o
incluso a los mundos del Dr. Stranger
de Derrickson o Raimi. Hay omentos en los que parece que la película va a
brillar con luz propia, aspirando a recuperar el tono del Tim Burton de sus primero
años (incluso con un efímero toque daliniano), pero todo es un espejismo, como
ese Flip al que da vida Momoa que parece pedir a gritos la presencia de Jonnhy
Deep.
Quizá,
apostando más por la profundad sentimental, por la diversión más desenfrenada y
con un poco más de dinero (o imaginación), la cosa podría haber lucido
francamente bien, pero la realidad es que todo queda condenado a una peliculita
algo infantiloide tan fácil de disfrutar como de olvidar a los cinco minutos.
Una
verdadera pena.
Valoración:
Cinco sobre diez.
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