Estamos en fechas navidades, y como cada año, las películas sobre el tema nos inundan por todas partes. Ya hice hace unos días un pequeño lote de films que se podían ver en plataformas, y os amenazo con repetir la jugada en breve, pero también el género se nutre de títulos interesantes merecedores de pasar por cines, y Noche de paz es una dignísima prueba de ello.
Protagonizada
por David Harbour, Noche de paz es el
retorno al cine americano de Tommy Wirkola, tras la infravalorada Hansel & Gretel, cazadores de brujas
y la desapercibida Siete hermanas,
aunque siempre será reconocido por sus Zombis
nazis y su secuela.
Noche
de paz es una gamberrada, sí, pero una gamberrada muy bien parida, un cruce
totalmente consciente (y referenciado) entre Jungla de Cristal y Solo en
casa, dos clásicos navideños de finales de los ochenta. En esta película,
como en las Crónicas de Navidad con
Kurt Russell, Santa Claus (o Papá Noel, lo que os guste más) es real, pero el
paso de los años ha hecho mella en él y en su carácter, recordando también al
gordinflón al que dio vida Mel Gibson en Matar a Santa. En este caso, no es un niño malcriado el que quiere acabar con la
vida del símbolo navideño americano por excelencia sino que, como el bueno de John
McCaine, es él quien se encuentra en el lugar equivocado en el momento
inoportuno, es decir, en una mansión en la que unos atracadores liderados por
John Leguizamo toma a toda la familia como rehenes para conseguir desvalijar la
caja fuerte.
En
esta versión de Santa, el origen mitológico del mismo deriva de Nikamund, el
rojo, un sanguinario guerrero vikingo que justifica como el barbudo se las
apaña también para proteger a la familia, en especial a una niña con la que se
comunica mediante un walkie-talkie, pese a su estado de baja forma, desánimo y
ligera embriaguez.
Por
tonto que pueda resultar la trama, lo mejor de la película es el humor negro,
mucho más macarra y pronunciado que en la mencionada Matar a Santa, que incluye decenas de muertes violentas y
sanguinarias, muy navideñas todas ellas, que aspira a ser una especie de John Wick sin la destreza visual de este
pero con el mismo ritmo trepidante. Y todo ello sin renunciar a lo que
realmente es, un film navideño que deriva, perdón por el spoiler, en un feliz
deseo y muchas buenas intenciones.
Por
cierto, genial Harbour, que se lo pasa tan en grande como en Hellboy y demuestran que hay mucha vida
más allá de Stranger Things. Esto sí
es espíritu navideño, y no las mamarrachadas que nos ofrecen las plataformas…
Valoración;
Siete sobre diez.
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