Floja,
muy floja la segunda secuela de aquella gamberrada cargada de testosterona y
hormonas que parió en 2010 Sylvester Stallone con la excusa de reunir a todas
las viejas glorias (y amigos de juergas y Planet Hollywood varios) del cine de
acción de los 80, por más que en aquella ocasión las aportaciones de nombres
como Schwarzenegger o Willis fuese puramente anecdótica.
En
2012, ya con Stallone fuera de la silla de director, se trató de repetir la
jugada, sumando más carnaza a la ecuación y con un sentido del humor que
compensaba las carencias de guion.
Aun
sin ser verdaderas rompetaquillas el invento parece funcionar y el grupo de
“abueletes” se ha vuelto a reunir de nuevo para seguir sumando nombres hasta completar
un casting de verdadero infarto (lástima que el propio Bruce Willis y Chuck
Norris se hayan bajado del carro). Así, tenemos de nuevo a la pareja
protagonista formada por Stallone y Jason Statham bien rodeada por Dolph
Lungren, Randy Couture, Terry Crews, Arnold Schwarzenegger y, en menor medida,
Jet Li, a los que se le suman Wesley Snipes, Kelsey Grammer, Harrinson Ford y
Antonio Banderas en una aventura que quiere plantear un recambio generacional
totalmente fallido y en la que las apuestas jóvenes resultan lo más insulso del
film, ya que la excusa argumental obliga a prescindir también de la figura
emergente de Liam Hemsworth y en su lugar apostar por los desconocidos Victor
Ortiz, Glen Power, Ronda Rousey y como supuesta “estrellita”, el “crepuscular”
Kellan Lutz, el que protagonizó aquella espantosa versión de Hércules.
Con todo, y como ya sucediera en Machete Kills, quien se lleva el gato al
agua y se come –literalmente- a todos sus compañeros de reparto, es Mel Gibson
como el villano de la función. Gibson, una causa perdida para Hollywood, es
junto a Statham el único con el carisma suficiente como para mantener el tipo y
a él le pertenecen los mejores diálogos y escenas, siendo una lástima que el
inevitable (y estúpidamente previsible) duelo final no sea entre estos dos
grandes actores, ya que –por muy coral que quiera ser la apuesta-, el único y
definitivo gallo del corral debe ser un Stallone cada vez más mermado y
caricaturesco.
Como
no puede ser de otra manera, la película es una sucesión de escenas de acción a
cual más inverosímil, una montaña rusa que desborda adrenalina por doquier y
que, por lo tanto, entretiene sin muchas complicaciones, siempre y cuando uno
esté dispuesto a dejarse el cerebro en la puerta del cine. Y por ello su mayor
problema (aparte de la cobardía de la productora de apostar por una
calificación PG-13, que implica que haya mucha menos sangre y violencia de la
que el film se merece) es la pretensión de su director, Patrick Hughes, de
querer tomarse demasiado en serio el tema, con algunos momentos supuestamente
reflexivos sobre el paso del tiempo y las oportunidades perdidas que rechinan
por su carencia de emotividad y provocan que se eche demasiado en falta el
humor absurdo y delirante de su predecesora, ese cachondeo total que confería a
la película más la sensación de fiesta entre amigos de gimnasio que de historia
seria y con trasfondo.
En esta ocasión, Hughes (siempre bajo la batuta de un
Stallone empeñado en querer ser guionista) parece querer decir algo profundo, sin
conseguirlo en ningún momento y sólo el personaje de Banderas y momentos a
cuentagotas de Schwarzenegger, aportan el humor deseado para el tono de la
franquicia.
Además, la nueva oleada de actores que pretenden representar a la jovial
futura generación de Mercenarios no aporta nada especial al film, estando todos
ellos vacuos de carisma ni personalidad, y demostrando que pese a la supuesta
coralidad del film los únicos que de verdad suman son la pareja formada por el
omnipresente Stallone y el siempre solvente Statham (hace gracia que se
encuentre en el bando de los “acabados” cuando es de lejos el actor que más
trabaja actualmente de todo el reparto).
Una trama sin pies ni cabeza, unos
diálogos deficientes y unas interpretaciones demasiado poco esforzadas (cuanto
tiempo hace que Harrinson Ford perdió su estrella…) hacen que Los Mercenarios 3 sea la más floja de la saga y que evidencie unos síntomas de
cansancio que ponen en serias dudas la posibilidad de que haya una cuarta
entrega. Y si la hubiera, mi humilde consejo sería que se olviden de pipiolos
insulsos que no conectan ni con el público ochentero (que no nos engañemos, es
al único que le puede interesar estas películas) ni al juvenil de hoy en día y
apuesten por el despiporre y por seguir metiendo carnaza en pantalla: ¿qué tal
unos nuevos Mercenarios con Dwayne Johnson, Vin Diesel, Steven Segal y Jackie
Chan? Y si se inventan como resucitar a Van Damme, mejor.
Esto
es, a la postre, lo que todos queremos: basura casposa y geriátrica pero con
cachondeo.
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