Becky es una de esas películas festivaleras que tanto gustan en Sitges y que, ante la imposibilidad de destacar en cartelera frente a otros títulos «serios», tienen una segura vida en plataformas como Movistar.
Si quisiera ponerme
dramático, podréis decir que la película trata de cómo una niña debe hacer
frente a la muerte de su padre y al trauma que le supone aceptar que su padre
haya seguido adelante, encontrando incluso un nuevo amor para sustituirla.
Siendo más
simplista, podría decir que estamos ante una buena oportunidad para comprobar
cómo Kevin James, mascota habitual de Adam Sandler, es capaz de enfrentarse a
un registro serio. Nada más y nada menos que transformándose en un supremacista
nazi, al más puro estilo American history
X.
Y, por descontado,
podernos analizar el trasfondo social que hay tras un grupo de ex-presidiarios
racistas que luchan, de una maceta muy especial, por la pureza de la raza.
Pero dejémonos de
tonterías. Esto, en realidad, es un home
invasion en toda regla ampliado a una zona boscosa, con una niña
enfrentándose a todo un grupo de adultos asalvajados como una Macaulay Culkin
desatada cualquiera.
Con Lulu Wilson
(vista en Annabelle: Creation o La maldición de Hill House, por ejemplo)
dándolo todo y Joel McHale en plan estrella de lujo, la película, dirigida por
Jonathan Milott y Cary Murnion es otra de esas orgías de sangre y
desmembramientos desenfadada y divertida a la que tengo que reprochar algún
momento censurado oscuro en su tramo final que desluce algo del gore.
James da directa
suelta a su locura como pocas veces tiene oportunidad de hacer y el resultado,
como otros títulos recientes concentrados por aquí, es una cargada de humor muy
negro que satisfará nuestros instintos más salvajes siempre que dejemos el
cerebro (y el estómago) lejos del televisor.
Valoración: Seis
sobre diez.
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