Ya hace casi dos años que me quejé de que la falta de ideas en Hollywood había propiciado una nueva moda: la de las secuelas tardías. Tras ver cómo regresaban los protagonistas de Dos policías rebeldes, Zombieland, Terminator o se buscaba una nueva generación con las secuelas más o menos directas de El resplandor, Jumanji o Mad Max, hace apenas unas semanas Sasha Baron Cohen resucitada a su Borat para Amazon y es precisamente la misma compañía quien trae de vuelta (quizá animados por la sensación de rehabilitación que supuso Yo soy Dolemite) al príncipe de Zamunda al que dio vida Eddie Murphy (y sin nos queda por ver el regreso de Bill y Ted, Cazafantasmas, Matrix y Arma letal, como poco) en una secuela con la que en España no se han complicado mucho la vida y han llamado El rey de Zamunda.
El tiempo no pasa
en vano y el príncipe ahora es rey. Para la ocasión, la productora ha querido
dictar con los mismos guionistas que en 1988 propiciaron uno de los mejores
éxitos comerciales de Murphy (una película tan aplaudida como, posiblemente,
sobrevalorada). Sin embargo, la fórmula no es infalible si, además, carece de
su principal elemento, el arte de John Landis tras las cámaras. Icono de la
comedias ochentera, Landis no era infalible (curiosamente su película más
celebrada -Un hombre lobo americano en
Londres- no es una comedia propiamente dicha, mientras que fracasó en su
intento de revitalizar la carrera de Stallone tal y como su coetáneo Ivan
Reytman hiciera por Schwarzenegger).
Con Craig Brewer a
los mandos (director precisamente de Yo
soy Dolemite), la efectividad no parece garantizada, más cuando los
guionistas parecen empeñados en repetir esquemas y conseguir que la bis cómica
de Jermaine Fowler no es la misma que la del Murphy de antaño y la historia
romántica resulta forzada y poco creíble.
Precisamente son
las relaciones entre los personajes, con una evolución antinatural, de lo peor
del film, mientras merecen ser destacados los pocos momentos en que Murphy
(algo lastrado por la seriedad obligada del guión) puede desatarse así como la
hilarante participación de Wesley Snipes, otro escurrir maltratado por el
destino y sus propias decisiones.
Sin embargo, ya sea
porque las feroces críticas que la destrozaban me habían desalentado o por ser
más transigente con las películas de plataformas que con los estrenos de cine
(quizá sea por la diferencia de inversión, que por algo soy catalán), el caso
es que me he divertido más de lo que esperaba, más contrabajo con que no tengo
tan mitificada la película original, con lo que encontré un lastre menos.
En fin, otro
entretenimiento pasable si conseguimos aprender a no pedirle peras al olmo.
Valoración: Seis
sobre diez.
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