Dirigida por Patrick Hughes, El hombre de Toronto, el último gran estreno de Netflix que, inicialmente, debía haber visto la luz en salas de cine, se quiere parecer demasiado a sus dos anteriores películas, El otro guardaespaldas y su secuela. Pero claro, contar con Ryan Reynolds y Samuel L. Jackson no es lo mismo que hacerlo con Kevin Hart y Woody Harrelson (y no porque estos últimos sean malos actores, sino porque parecen incapaces de expirar la química suficiente entre ellos como para lucir todo lo que la película necesita), pero lo que de verdad marca a la película es el pobre trabajo de Robbie Fox, Chris Bremmer y Jason Blumenthal, tres escritores para un guion que nunca consigue tener la chispa adecuada t con el que Hughes no es capaz de hacerse con las riendas de manera adecuada.
No
es que El hombre de Toronto sea mala,
es más bien que es tan parecida a tantas otras en su ritmo y pretensiones que
aunque se pueda llegar a disfrutar durante un visionado en una tarde de verano
acompañado por un refresco fresquito, no hay ninguna escena de acción ni ningún
punto de humor suficientemente memorables como para volver a pensar en ella una
vez llegan los títulos de crédito.
Ni
siquiera considero que valga la pena perder mucho tiempo comentando su
argumento, ya que estamos ante la clásica comedia de acción que uno ve por
inercia al aparecer en el menú principal de Netflix
como tendencia, siendo casi la película obligada de la semana, pero sin que
importe demasiado lo que nos quiere explicar. Tampoco es que importe. Solo
merece la pena quedarnos con el puñado de peleas y chistes tontos que los
protagonistas se dedican uno al otro y conformarnos con un nivel bastante bajo,
por lo que el disfrute de la película (que va de lo mismo que van todas las buddy-movies, de dos tipos opuestos que
deben colaborar para salvar el culo) dependerá de las exigencias de cada uno.
Para
mí, ni fu ni fa…
Valoración:
Cinco sobre diez.
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