Desde
que en el 2008 estallara la burbuja inmobiliaria que provocó una de las crisis
económicas más devastadoras que se recuerdan, sobre todo por ser un problema
prácticamente global, muchas han sido las películas que han llegado desde
Hollywood tratando de explicar lo que pasó.
The Company men, Margin Call,
el documental Inside Job o incluso El lobo de Wall Street pretendían dar
pinceladas que ayuden a entender al ciudadano de a pie porqué los banqueros
hicieron lo que hicieron y quién lo permitió.
La gran apuesta pretende ofrecer su granito de arena en tan
complicado propósito, poniendo a los bancos en el punto de mira y tratando de
esclarecer términos y conceptos casi imposibles de asimilar. Atravesando la
cuarta pared en repetidas ocasiones, contando incluso con figuras internacionales
(Selena Gómez, Margott Robbie o el cheff Anthony Bourdain, por ejemplo)
hablando directamente a cámara para explicar algún palabro económico concreto,
que en palabras del protagonista de la película (Jared Vennett, interpretado
por Ryan Gosling), son un invento de Wall Street para que no entendamos una
mierda.
La
película es bastante coral, aunque el personaje de Gosling hace de narrador e
hilo conductor. Junto a él se encuentran una serie de tipos fuera del sistema
que detectan años antes el caos que va a acontecer y tratan de evitarlo, ya sea
por cuestiones morales o con el fin de enriquecerse ellos mismos de la
desgracia ajena. Creerse que las buenas intenciones de algunos en la vida real
sean tal y como se describen en la película es decisión de cada uno.
La
película adapta con ingenio el libro de Michael Lewis, una obra de no ficción,
casi un manual de economía, que podría parecer imposible de adaptar y que Adam
McKay hace francamente bien, consiguiendo aclarar muchas cosas con una punzante
ironía que, sin llegar a recaer en la comedia pura, resulta cruelmente
divertida. Y ya tiene narices que seamos capaces de divertirnos con una estafa
tan enorme y que, de una manera u otra, nos llegó a afectar a todos (bueno,
menos al presidente Zapatero, que quizá no se haya enterado aún de lo que
pasaba).
Puede
que una de las claves de la película sea la acertada elección de los actores,
todos ellos a un excelente nivel, destacando el excéntrico y descontrolado
Christian Bale, el ufano (cosa rara en él) Ryan Gosling, un renovado Steve
Carrell (que parece querer volcarse en películas de carácter más serio, como
demostró con Foxcatcher) o Brad Pitt,
que acostumbra a reservarse un pequeño pero intenso papel en las películas que
produce (aunque su aparición aquí es algo más generosa que su paseo por 13 años de esclavitud).
No
está claro si la película simplemente aspira a ser un divertimento inspirado en
lo que pasó o si tiene aspiraciones de panfleto acusador, pero el caso es que
refleja bastante bien la sociedad de la época, los excesos, el mirar hacia otro
lado y el silencio ante un escándalo que crecía hasta volverse imparable.
Siendo
sincero (y quizá la culpa sea mía y sólo mía) no todo lo que explica me queda
totalmente claro, y hay un momento que pierdo la perspectiva de la realidad con
tantos bonos, emisiones de CDO, hipotecas subprime y triples A. Pero no
importa. Donde no me llega la comprensión me llega la acción. Y al final,
gracias al ritmo y a la interpretación, alcanzo a comprender el gran secreto de
todo esto. Siempre pagan los mismos. Y, entre sonrisas y chascarrillos, el fondo
de la película da mucho miedo. Porque la conclusión es que la culpa es nuestra
y solo nuestra, porque no tenemos remedio.
La
película no revela ninguna verdad oculta ni sirve para quitar ninguna venda de
los ojos, pero señala con dureza y explica un desarrollo de acontecimientos
previos a este profético “fin del mundo” que se digiere con la resignación con
la que podemos recibir una patada en el estómago y encima sonreír.
Valoración:
8 sobre 10.