Es ya un clásico en la historia del cine que dos grandes productoras coincidan en el tiempo con la realización de sendas películas basadas en el mismo argumento. Ha sucedido con Robin Hood (Robin Hood y Robin Hood, el príncipe de ladrones, ambas de 1991), con meteoritos que caen sobre la tierra (Deep Impact y Armageddon, 1998), con ataques terrorista al centro de poder de los Estados Unidos (Asalto al poder y Objetivo: la Casa Blanca, 2013), con biopics de primeros ministros británicos (Churchill y El instante más oscuro, 2017) y así hasta un largo etcétera.
En ocasiones, esta coincidencia provoca que una de las dos películas, simplemente, desaparezca del mapa. Otras veces, como los ejemplos mencionados, las dos películas se estrenan y una termina por eclipsar por completo a la otra. Actualmente, existe una tercera vía, que consiste en que la película con visos a hundirse en la miseria empiece a ser postergada hasta caer en manos de plataformas de streaming como Netflix como tabla de salvación.
Este es el caso de Mowgli: la leyenda de la Selva, de Andy Serkis, que se las prometía muy felices ofreciendo una versión en imagen real de los relatos de Kipling y se topó de bruces con el remake de Disney de El libro de la Selva, de Jon Favreau. Así, la propuesta de Serkis se ha retrasado casi dos años hasta que se ha podido ver, pero incluso con el paso del tiempo, las comparaciones entre ambas películas son inevitables.
Por un lado, es cierto que este Mowgli es mucho más maduro y oscuro que el de Disney. Aquí no hay cancioncitas ni momentos ligeramente bochornosos como el del gigantesco Rey Lui, y la ley de la selva se muestra de forma más despiadada e implacable. Sin embargo, se queda algo corta en ese sentido, como si no se hubiesen atrevido a llevar su apuesta hasta las máximas consecuencias, con lo que termina por resultar algo descafeinada.
Por otro, los efectos visuales aspiran a tener un corte mucho más realista, haciendo que los animales creados digitalmente tengan una expresividad más cercana a sus oponentes de carne y hueso (aquí también, como en la película de Favreau, se apuesta por un reparto espectacular, encabezado por Christian Bale, Cate Blanchett y Benedich Cumberbatch), pero que resultan más feos e incluso algo extraños al lado de los de Disney. Y eso que hablar de Andy Serkins es hablar de la persona con más conocimientos de la imagen realizada por captura de movimiento del mundo. Pero su visión de los habitantes de la selva me parece un poco más artificial que en sus logros más meritorios, como su King Kong o su Caesar, por no hablar ya del mítico Gollum.
No es culpa suya, desde luego, y sale muy bien parado en su faceta como director, con una cámara ágil, una hermosa fotografía y un ritmo bastante directo, que permite que la historia, pese a ser de sobras conocida, no aburra en ningún momento, mejorando cuando se introduce más en el mundo de los humanos y deja temporalmente de lado a los animales.
Es Mowgli, pues, una película entretenida y resultona, una versión algo más oscura de las historias de Kipling, pero que ni alcanza a la espectacularidad de la última adaptación de Disney ni arriesga lo suficiente para ser considerada definitivamente adulta, restándole muchos puntos ese aspecto visual de los animales bastante inferior a los de Favreau y que, en algunos momentos, resultan incluso algo incómodos de ver.
Valoración: Cinco sobre diez.
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