La nueva película del danés Thomas Vinterberg parece alejarse de su temática habitual, dramas intimistas que reflejan las miserias de la sociedad (sirva la excelente La caza como ejemplo) al realizar una película de catástrofes submarinas como es Kursk, pero analizada en profundidad, esta no deja de ser otra historia humana más, un relato de las últimas horas de un puñado de hombres encerrados en el interior de un submarino hundido cuya esperanza de sobrevivir es mínima.
Kursk, el relato del hundimiento del uno de los mejores submarinos nucleares de la armada rusa, poco después de la desaparición de la Unión Soviética y con Putin recién llegado al poder, tiene mucho de reimaginación. No solo se han alterado los nombres de los protagonistas sino que algunas situaciones difieren ligeramente de la realidad, por cuestiones de conseguir una mejor dramatización, pero aunque esto no aspire a ser un documental fiel a la historia, sí mantiene los tres pilares fundamentales que dan cuenta de lo que sucedió en ese difícil momento de la historia rusa. Por un lado, estamos ante un relato de supervivencia, con la desesperación de esos marineros y amigos en una cuenta atrás fatídica y angustiante. Por otro, estamos ante la continuación de las malas costumbres soviéticas de mantener un secretismo que no hace más que agravar los temores de las familias que aguardan en tierra noticias esperanzadores y se encuentran con la falta de apoyo y comprensión por parte de sus dirigentes. Y también está, por último, la negativa del gobierno por aceptar una ayuda internacional que, si bien en la realidad podría haber sido igualmente tardía, habría supuesto un paso agigantado por dejar definitivamente atrás la Guerra Fría, mientras que por el contrario solo consiguió oscurecer un poco más la historia del país comunista.
Tres actores representan a la perfección estos tres pilares de la película: Matthias Schoenaerts (visto recientemente en Gorrión Rojo) como cabecilla de los supervivientes, Léa Seydoux (chica bond en Spectre y chica Hunt en Misión imposible: Protocolo fantasma), es su sufrida esposa y Colin Firth (recuperando un rol dramático después de descubrirse como inesperado héroe de acción en la saga Kingsman) en el papel de oficial británico, completando el casting un aterrador Max von Sydow que representa lo peor del gobierno ruso.
Filmada sin grandes alardes (esto es una producción europea de la mano de Luc Besson, no hay que esperar aquí al espectacularidad vacua de films como Hunter Killer, una historia relativamente semejante pero en las antípodas de esta en cuanto a su lectura político-social), y aunque es cierto que la ausencia de actores rusos e el reparto y el detalle de que esté toda hablada en inglés neutro puede provocar un cierto distanciamiento, pero la fuerza de la historia y la planificación de Vinterberg son suficientes para captar el interés del espectador en la historia, por más que se sepa de antemano el fatídico desenlace.
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