lunes, 24 de diciembre de 2018

EL REGRESO DE MARY POPPINS

Aunque nunca he sido un gran fan de la película original de Robert Stevenson, debo reconocer que esa especie de cuento de hadas liderado por Julie Andrews tenía una magia especial y que sus canciones iban a quedar grabadas a fuego en la memoria de toda una generación (o dos, o tres…).
Este es el primer pero que me encuentro en El regreso de Mary Poppins, que sus temas musicales, por bonitos que resulten durante la proyección, no son capaces de traspasar la frontera del cine, y ninguno se me antoja tan pegadizo ni memorable como los estribillos de Supercalifragilísticoespialidoso (¿soy el único que se pasó toda la película esperando a oír el famoso palabro?), Con un poco de azúcar o Chim Chim Cher-ee.
Rob Marshall, por su parte, ya ha demostrado sobradamente sus dotes para el musical, siendo Chicago su mejor obra hasta la fecha (Into the Woods tenía una estructura teatral que no le hacía ningún bien a la película), por lo que consigue que el empaque visual y el ritmo de las coreografías estén a la altura, sino por encima de la película original. Esto, junto al trabajo de Emily Blunt, es lo mejor de un film que abusa demasiado del recuerdo y que, más que una secuela, aspira a ser un remake encubierto de la película de 1964. Al final, todo se basa en lo mismo: una niñera mágica en ayuda de unos niños que desconocen la fuerza de la imaginación, un padre banquero que no aprecia su trabajo, un amigo fiel (aquí farolero en lugar de deshollinador) compañero de aventuras y la correspondiente ración de dibujos animados para ilustrar una de las aventuras más imaginativas de Mary Poppins. No es que me estuviese esperando algo demasiado diferente a lo visto anteriormente, pero una imaginación tan limitada empieza a resultar muy preocupante en una productora, la Disney, que se había caracterizado por hacer los sueños realidad y que ahora tan solo se mantiene en lo alto gracias a sus dos subcontratas estrellas: Star Wars y Marvel, y a la fuerza de los dibujos animados (ya sean propios o de Pixar). Por lo que corresponde a sus producciones propias, solo la fórmula de repetir el éxito del pasado le está dando resultado, y no creo que ese truco les vaya a durar mucho tiempo más.

Posiblemente lo más difícil podría pensarse que era suplir a Julie Andrews en el papel de Mary Poppins, y debo confesar que cuando supe que Emily Blunt iba a ser la elegida para el proyecto no me podía parecer más descabellado. Sin embargo, una vez visto su trabajo, solo cabe quitarse el sombrero ante su actuación, logrando una Mary Poppins memorable que no tiene necesidad de mirarse en el espejo de nadie y que me convence para subir un punto la nota de la película a la que inicialmente había pensado.
En fin, que El regreso de Mary Poppins es una buena continuación/reboot de la primera película, algo simple en su mensaje (el olvido de lo que significa ser un niño en manos de un adulto, algo de lo que ya hablaba, por ejemplo, Christopher Robin, este mismo año) y reiterativa en su punto de partida (¡qué maná tiene Disney con eso de matar madres para arrancar una historia!), con un aire muy clásico y una inocencia e ingenuidad adorable, que resulta muy agradable de ver pero que no alcanza el nivel de maestría que estoy leyendo en algunas críticas que la califican como lo mejor del año.
Además, con el handycap de que en este país se siguen sin mantener las canciones en su idioma original, la cosa pierde encanto y, si me lo preguntan, seguiré insistiendo que el gran musical de estas navidades ha sido Ana y el Apocalipsis.

Valoración: Seis sobre diez.

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