sábado, 16 de octubre de 2021

Visto en Netflix: EL JUEGO DEL CALAMAR

Muchas veces he empezado un comentario aludiendo al hecho de que iba a tratar la nueva serie de moda de Netflix. Sin embargo, lo que está consiguiendo El juego del calamar está rompiendo todos los moldes, batiendo récords y siendo el tema de conversación principal en reuniones familiares o de amigos. E incluso, de manera preocupante, de colegios.

Está claro que, por el motivo que sea, lo coreano está de moda. Tras la imparable expansión musical del K-pop, ahora es turno de su rico espectro audiovisual. Solo por poner algún ejemplo, podría mencionar la influencia que actualmente ejerce en el cine de terror (más concretamente de zombis) como demuestra Tren a Busan y su secuela o la magnífica serie de The Kingdom, su capacidad para arrasar en unos premios tan elitistas como los Oscar con Parásitos o la gran cantidad de realizadores surcoreanos (Park Chan-Wook, Bong Joon-Ho, Yeon Sang-ho… ) que son referentes en Hollywood.

Pero, ¿es realmente para tanto? Dejando claro que la serie me ha gustado, la verdad es que no. Con innegables reminiscencias de Battle Royale (y por extensión de otros productos derivados como Los juegos del hambre), el recurso de concursos demenciales en los que el perdedor muere ya lo ha tratado incluso Stephen King, con su novela Perseguido, se  libremente adaptada al cine allá por 1987. El juego aquí está en mezclarlo con una fórmula más propia del torture-porn, acercándose a productos del estilo Saw o, sobre todo, Cube.

Podría parecer a simple vista que El juego del calamar sea una serie fresca y novedosa, pero en realidad responde al resultado de una fórmula muy calculada que basa su éxito en un ritmo endiablado (pese a que la narrativa propia del cine coreano ralentice en algunos momentos la acción, sobre todo por sus diálogos), haciendo sus cliffhangers que se torne adictiva y se devore en un suspiro.

Sin ser recomendable para un público infantil (y la polémica que está creando por ello) pero sin ser tampoco tan explícita y agresiva como podría parecer, todo en la serie funciona como un reloj, facilitando que sus deficiencias queden camufladas por sus virtudes.

De manera que la premisa de la serie no es precisamente original (hace poco la misma Netflix produjo la japonesa Alice in Borderland que juega más o menos o menos en la misma liga), pero la forma en que está ejecutada y su ritmo adrenalítico la convierten en una apuesta ganadora, logrando que pese a su, a priori arriesgada apuestas, acabe convirtiéndose en una serie familiar casi para todos los gustos.

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