George Gallo es un guionista más o menos conocido cuyo mayor tiempo de gloria fue la concepción de Dos policías rebeldes que, en cierto momento, decidió pasarse a la dirección, faceta en la que lo más destacable que ha conseguido es Mi novio es un ladrón, una de esas películas que no sabían aprovechar el potencial de Antonio Banderas y con una Meg Ryan en sus horas más bajas.
Ahora
aúna ambas labores en La última gran estafa, una de esas películas de «cine dentro del cine» que podría
funcionar como escaparate de la industria de Hollywood si no fuese todo tan
plano y superficial como para no revelar nada nuevo.
Basada
en una olvidada película de 1982, la trama fuera alrededor de un productor de
serie B de mala muerte, ahogado por las deudas y las malas decisiones, que
decide confeccionar un macabro engaño: fingir que está realizando una película
supuestamente de nivel con una estrella veterana con el propósito de que esta
fallezca durante el rodaje y cobrar por ello el dinero del seguro.
Esto
de pie a una serie de situaciones absurdas, algunas con un humor más propio del
cartoon, y diálogos divertidos pero
algo menos punzantes de lo que me gustaría, que confieren a la película el
título de entretenida, aunque por desgracia no parece querer aspirar a mucho
más. Es entonces cuando vale la pena recurrir a sus actores, ya que cuenta con
un reparto de esos cargados de viejas glorias que están ya de vuelta de todo y
lo único que pretenden es pasárselo bomba entre ellos. Robert De Niro, Morgan
Freeman y Tommy Lee Jones son motivo suficiente para justificar el precio de la
entrada y aportan el carisma necesario como para subir un par de puntos el
resultado final del filme.
Al
final, esto es como una fiesta en el geriátrico, algo al estilo Plan en Las Vegas (donde ya coincidían
los dos primeros), un pasatiempo en el que el trabajo de estos tres monstruos
de la interpretación es lo mejor (incluso aunque les baste con actuar con el
piloto automático), donde se notan unas ligeras pretensiones por parte de Gallo
de buscar una profundidad que rechinan un poco, debiendo haber apostado mejor
por un humor más loco como, por ejemplo, el de En guerra con mi abuelo, también con De Niro, y todavía en
cartelera.
Una
mención especial por ese tráiler postcréditos de una de las supuestas producciones
del protagonista, Monjas asesinas,
que bien podrían haber firmado Rodriguez y Tarantino para su Grindhouse, aunque funciona también como
homenaje (seguramente involuntario) para cierto vídeo juego de Hitman.
Valoración:
Seis sobre diez
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